Figuras de tormenta es ciertamente una pieza en el paupérrimo entramado literario cubano. Y es otro descompuesto brochazo de una política cultural muy poco dialogante y autocrítica. Esa práctica conduce a legitimar obras de muy baja estofa, asépticas, personalizadas desde lo indescifrable, el quietismo o el vano intento de dar continuidad a poéticas que a menudo evaden los centros más arduos de una existencia difícil. Es lo que abunda hoy en librerías cubanas: variaciones esquizoides, palabrería huera, desangrada, que viene del aire y muere en él.
Publicado en La Habana por la Editorial Letras Cubanas, Figuras de tormenta quiere ser, según la escueta, pero rotunda nota, “la revisión ética de la relación erótica y una personal postulación de una mística existencial”. Con eso tuvo suficiente, al parecer, el jurado para conceder a Martínez Sobrino el más codiciado galardón entre los poetas del hoy cubano. Pero sucede que al hojear el volumen de más de 70 páginas de oscuro papel gaceta, se encuentra el lector ante un rosario de pésimas elucubraciones que se alejan del rigor poético tanto como se aproximan al dislate sintáctico.
(Contra poesía, Revista Bifronte, No. 2, 2006)
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