Algunos textos de los autores que pertenecen a la conocida como Generación del Cincuenta o Primera Generación de la Revolución, evidencian que esta ha sido la más estéril e insípida de todo el siglo XX cultural cubano; como generación, quiero decir. Hay autores aislados de un gran valor, como Heberto Padilla y Rolando Escardó que son, incluso, los que más escapan a los postulados generales de un grupo generacional tan politizado, en el peor de los sentidos.
Dentro de las antologías cubanas de poesía que reúnen a autores de la Generación del Cincuenta, es difícil que falte en la selección un poema de Manuel Díaz Martínez titulado "Como todo hombre normal".
Ese poema, desde el propio título, encierra al sustantivo "hombre" en unos límites asfixiantes que conducen a modos de misoginia y homofobia. Y es, de hecho, un texto con ciertos tintes misóginos y homófobos. Entre "todo" (pronombre indefinido que involucra a cualquier "hombre", sin distinción, con un toque rancio de igualitarismo militante) y "normal" (adjetivo que prácticamente ahoga al "hombre" que califica en un normativismo trasnochado hasta para la época en que el poema fue escrito), el vocablo "hombre" apenas tiene espacio para la libertad, para la diversidad, para la diferencia de cualquier tipo.
Por ello sorprende, quizá, que dicho texto aparezca con tanta frecuencia en las antologías de lírica insular, aunque, sin dudas, representa muy bien uno de los momentos más desacertados de la historia sociocultural cubana, como veremos.
En verdad el texto reproduce, consciente o inconscientemente por parte de su autor, las limitaciones ideológicas de los años 60 y 70 del Gobierno cubano, la homofobia gubernamental y excluyente institucionalizada durante décadas por el castrismo. Según el poema, "todo hombre normal" ama "a una mujer", es el que actúa, el que transforma y crea; amar, crear y actuar son, por tanto, características propias del "hombre normal", cualquier desviación de esa "normalidad", incluso, variación de género, es excluida de la acción creadora.
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Incluso, el texto de Díaz Martínez declara, quiere dar a entender que "todo hombre normal" no solo ama a "una mujer", sino que sabe controlar su tristeza, sus nervios, sus angustias: "me llevo bien con mis obsesiones", dice, "mis relaciones con la angustia son cordiales", por lo que se infiere que el "hombre" angustiado, taciturno, "solitario y melancólico" no es "normal", eso en el texto es más propio de la mujer, de la histeria femenil y de los frustrados y sin futuro.
Si de algo es representante este poema es de la estrechez de visión y de la intolerancia social y política de la Isla en el período revolucionario que pervive todavía en cierto discurso oficialista. "Como todo hombre normal" reproduce la misoginia, la homofobia y las políticas discriminatorias que se implantaron en Cuba a partir de los años 60 desde el poder. Recuérdese cómo se estigmatizó al grupo El Puente por tender a los márgenes, por defender y estar conformado por miembros de algunas "minorías" y por "padecer" unas supuestas y no siempre ciertas melancolía y frustración, como si ello fuera un delito. Poemas como este de Díaz Martínez y posiciones e ideas como las de Guillermo Rodríguez Rivera y Jesús Díaz sobre el grupo El Puente en aquel tiempo fomentaron y apoyaron desde la intelectualidad la política excluyente y segregacional del Gobierno.
Según el sujeto lírico, el mundo debe ser cambiado "hombre a hombre", pero es que el uso del término "hombre" está visto en todo el poema desde una perspectiva patriarcal, exclusivamente masculina. En ningún momento del texto parece tener valor genérico, no se involucra a la mujer en esa transformación. Ella es un sujeto pasivo, "nerviosa, bellísima, al borde de la histeria", "bellísima y neurótica", que solo interactúa, vive, al recibir placer.
En estos versos la belleza femenina es igualada más de una vez a la paranoia, la mujer es tan hermosa como esquizofrénica, según el poema. Las partes de la mujer que se destacan son eróticas y maternales: las piernas y el vientre, que reciben al hombre que habla, el cual actúa con "la presteza de sus dedos sobre los controles", y es comparado a las máquinas, "fundido al cuerpo caliente y brillante de las máquinas". Ella (la amada) recibe al "hombre nuevo" en "sus carnes espaciosas".
La mujer, como la historia, es una tercera persona, no se dialoga con ella, se transforma. Los elementos a los que se compara la mujer son el "tiempo" y la "historia", clasificados también como bellos y neuróticos. Tiempo e historia son los materiales que el "hombre" puede cambiar, transformar, para crear un mundo mejor, de ahí que el ser femenino quede en el plano pasivo y manipulable al lado de la historia y el tiempo en el texto.
Según el poema "Como todo hombre normal" de Manuel Díaz Martínez, el "hombre nuevo", el "hombre normal", ama a una mujer, es optimista, diestro, sabe controlarse, dar placer al sexo opuesto, y trata a la mujer como a la historia que él protagoniza y transforma. Cualquier paso fuera de este normativismo parece ser negativo, "anormal", maligno. El poema es un reflejo de las limitaciones, principalmente políticas pero también sociales, de un período en la cultura cubana caracterizado por el dogmatismo y la exclusión.
(El ‘hombre nuevo’ y la ‘normalidad’. Diario de Cuba, febrero 2014)
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