Lo que resulta una fatalidad en la literatura cubana es su predestinación geográfica, su recortería insular. No haber podido nunca ser otra cosa que una minúscula y lejana colonia. No haber podido nunca ser otra cosa que una república enferma. Y como «solución final», para colmo, algo así como un shoah de pantomima, no cumplir algo que en principio la revolución mostró como definitivo: la apoteosis de los humildes. No poder cumplir nunca aquello que nunca iba a ser cumplido.
(La Zorra y el Erizo, Encuentro de la cultura cubana, Nos. 28/29, 2003)
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