Ponte siempre se resistió a tener una cuenta de
Facebook con su nombre, pero accedió a entrar en la red social como Fermín
Gabor, de quien no se ha tenido más noticias desde que publicara sus lapidarias
colaboraciones en La Habana Elegante, las cuales han sido compiladas por
la editorial Renacimiento, seguidas de un Diccionario de La Lengua Suelta
escrito por su socio.
La
protesta de los títeres sin cabezas no se ha hecho esperar. El resurgir de los
textos de Gabor y los nuevos aportes de Ponte, que le dan seguimiento y
actualidad a los filtrados hasta el 2010, tienen al grito (expresión dominicana
que me encanta) a la oficialidad de la isla (no me refiero a militares sino a
escritores y artistas).
Tan
poco acostumbrados están a la pluralidad y tan cómodos se sienten en su
autoengaño, que no son capaces de tolerar que alguien al fin llame a las cosas
por su nombre. Los ataques a Gabor han venido de muchas partes de la geografía
nacional. Solo las limitaciones impuestas por la pandemia han impedido el acto
de repudio (o de susurros).
Un
poeta municipal, dedicado desde hace años a la cursilería y el autoauxilio (que
es la versión cubana de la autoayuda), fue uno de los primeros en reaccionar.
“Algo de tan mal gusto no debería divulgarse”, dijo. Su mentalidad de
divulgador provincial, tan habituado a la censura y la autocensura, lo
traicionó.
Otros
han advertido que eso es tentar al karma. Han acusado a las composiciones de
Gabor y Ponte (herederos de Piloto y Vera) de chancleteo, chanchullo,
chapucerías, chismes, choteos, chusmerías… Están a punto de agotar los oprobios
que aparecen en la Ch (a propósito de diccionarios).
Un
amigo que fue a La Habana, tuvo una larga conversación con un director teatral.
“Yo sé hasta dónde pueden llegar ellos y ellos saben hasta dónde puedo llegar
yo”, dijo refiriéndose al acuerdo tácito de los creadores con la dictadura y a
esa raya que nadie se atreve a pisar.
Lo que
los tiene desesperados ahora es que con Fermín Gabor las cosas ni se suponen ni
se sobreentienden. Son o no son. Los títeres, aun sin cabezas, pueden mantener
los movimientos por el retablo si alguien les mete una mano por debajo. Pero
son incapaces de tener voluntad hasta para algo tan sencillo como llamar a las
cosas por su nombre.
Además
de que no pueden, los aterra.
(La protesta de los títeres sin cabeza.
Blog El Fogonero, abril 2020)
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