Me alegra que tanto tiempo
después, Alberto Garrandés responda sobre este tema. ¿Por qué no lo hizo cuando
lo cuestioné en mi carta? ¿Por qué no lo hizo tampoco ante aquella asamblea de
escritores? Sencillamente porque entre las responsabilidades de su puesto, a
cargo de la edición de narrativa en Letras Cubanas, estaba la de hacer aquello
mismo que yo le echaba en cara, y él no podía disculparse, delante de sus
jefes, de haberlo hecho.
Ahora para justificarse apela al mismo
recurso que él describe a propósito de Luis Pavón: fueron los jefes y él sólo
cumplía órdenes… Luis Pavón ha sido (recuérdese la Guerrita de los Emails) una
pieza muy efectiva para disolver culpas y responsabilidades. Porque hay quienes
se sienten menos canallas desde que existe un canalla tan grande.
¿Cumplía órdenes Garrandés cuando censuraba?
Resulta ahora que la censura le venía de arriba y él no podía menos que
aceptarla y fue así que “Naturaleza muerta con abejas” de Atilio Caballero (y
es de suponer que algunos otros títulos) resultó prohibida bajo su mando. Me
pregunto entonces cómo pudo ser tan “total” su negativa a la censura.
Evidentemente, estas memorias mienten.
Pregunta Garrandés por qué no me metí con
los censores auténticos. Bueno, él era un censor auténtico o se portó como tal.
Basilia Papastamatiu era una censora auténtica o se portó como tal. Eran ellos
dos los que estaban a cargo en Letras Cubanas de decidir qué se publicaba y qué
no se publicaba. Y no tuve entonces conocimiento de cuáles autoridades
superiores eran los verdaderos responsables. Sin embargo, Garrandés no habrá
tenido más remedio que conocer de mis encontronazos (alguno hecho en público)
con Abel Prieto u Omar González, y en las hemerotecas pueden encontrarse,
publicadas en periódicos extranjeros, mis opiniones de entonces, no sobre un
jefe de Letras Cubanas, sino sobre Fidel Castro metido en la cultura. En “El
Nuevo Herald”, por más señas. De manera que no fue temor alguno el que me hizo
ocuparme de él y no de comisarios más altos.
Garrandés, que quiere parecer heroico en
estas memorias, ha sido, incluso como crítico literario, alguien muy alejado de
mostrarse incómodo ante autoridades políticas o literarias. Y lo curioso es que
ahora quiera hacer pasar su oportunismo por integridad. ¿Acaso intenta engañar a los escritores más
jóvenes?
Es telenovelesco su intento de hacerse pasar
por víctima (“Ponte, como siempre metiéndose conmigo…”) cuando nunca, salvo
aquella carta y aquella increpación en asamblea, me he “metido” con él. No he
escrito una palabra sobre él. Los teleológicos Cintio Vitier o Fina García
Marruz podrían decir, y desde varios años antes a mi denuncia del censor
Garrandés, que estaba metiéndome con ellos. También lo podría decir el
novelista Abel Prieto desde su primera novela, viviendo yo en Cuba. O Leonardo
Padura, a quien he criticado sucesivamente en tanto intelectual público
traicionado. Pero Garrandés, persona o escritor, me ha resultado siempre
ininteresante: gris en el peor sentido del término, sumamente aburrido.
Perder el tiempo, como puede aprenderse en
las novelas de Proust, puede ser ganarlo de la mejor de las maneras: a la
larga. De manera que no voy a ponerme a discutir su intento de pulgarizar lo
que he escrito, y lo dejo en apuesta para el futuro.
Por último, me intriga su apelación a Dios.
Suena como la mala interpretación de una comedia de honra, como dicha por un
pésimo actor. Garrandés recurre a Dios como autoridad suprema para fabular que
Dios le otorgó entereza. Puro melindre religioso, pero si hubiera que buscar
muestra de esa entereza suya no será en estas memorias hechas para el
blanqueamiento, sino en la que mostró hace ya tantos años en el Palacio del
Segundo Cabo, matándola o aguantándole la pata a la vaca. Al no abandonar aquel
puesto hasta tiempo después, Garrandés mostró una tremenda entereza de
comisario político. Y, dado su arraigado oportunismo, me pregunto para qué
nuevas circunstancias se toma ahora el trabajo de maquillar aquellas
experiencias.
(…)
Recapitulación contra la
ceguera o conjuntivitis:
¿Fue censurada por razones
políticas la novela “Naturaleza muerta con abejas” de Atilio Caballero en la
editorial Letras Cubanas en 1997?
Verdadero, y Garrandés no lo ha
negado.
¿Fungía entonces Alberto Garrandés como
director de narrativa de Letras Cubanas, a cargo de la edición de novelas,
cuando fue censurada la de Atilio Caballero?
Verdadero, y Garrandés no lo ha
negado.
¿Siguió todavía en ese puesto Alberto
Garrandés después de haber sido censurada la novela de Atilio Caballero?
Verdadero, y Garrandés no lo ha negado.
¿Pudo ser “total” la negativa a la censura
de Garrandés, como él ha escrito al final de este texto?
Falso, a la luz de las anteriores
respuestas.
Lo cual supone una de estas 4 hipótesis:
1) Garrandés no entiende lo que es totalidad
2) Garrandés no entiende lo que es censura
3) Garrandés no entiende lo que es negativa
o
4) Garrandés no entiende quién era él ese
año de 1997…
En cuanto a la calidad de mi trabajo
literario, no es tema de esta entrega de sus memorias, sino más bien de la
entrega anterior, donde he tenido el honor de que haya sido recordado por
Alberto Garrandés de esta manera:
“Fue en ese escenario donde Rolando Sánchez
Mejías y Antonio José Ponte leyeron unos textos etimológicamente heterodoxos
(otras verdades, otro logos) que les causaron irritación a algunos
intelectuales presentes en el encuentro. El resultado fue muy estimulante, pese
a todo. Eran, en definitiva, textos de esos que ponen los puntos sobre las íes,
desautomatizan el conocimiento y hacen preguntas que no por incómodas (para
ciertos amigos o admiradores del Grupo Orígenes) dejaban de ser necesarias”.
Como puede apreciarse por el fragmento antes
citado, entonces el “circo” de las “verdades incómodas” y “necesarias” era “muy
estimulante”. Si ahora le resulta aburrido, es explicable: los puntos caen
sobre sus pobres íes.
(…)
Viendo la cuestión más
generalmente, como problema cultural, este texto de Alberto Garrandés incurre
en un fenómeno bastante frecuente: la lectura poco seria de una literatura
sapiencial como son (para nosotros, cubanos, con un Estado controlador de la cultura)
la de Brodski y Ajmátova.
Garrandés cita aquí un texto de Brodski y un
episodio biográfico de Ajmátova (vía Markson), pero evidentemente ha leído
texto y biografía banalmente, sin sacar lección de ello, sin hacerlo (para
decirlo biblícamente, ya que hablamos de literatura sapiencial) carne de su
carne.
Brodski y Ajmátova son, en este fragmento de
sus memorias, bisutería con la cual adornarse él mismo. Leer a Brodski y
Ajmátova, o leer sobre Brodski y Ajmátova, para antes haber sido censor político
y luego intentar borrarlo, es leerlos para nada, para no sacar de la lectura
sabiduría alguna.
Si Pavón y Stalin aparecen aquí para
descargo de culpas propias de quien escribe, Brodski y Ajmátova han sido
citados como figuras tutelares. Sin embargo, Garrandés, está o estuvo alguna
vez (salvando las distancias, y no hablando de calidad literaria) más cercano a
Pavón y Stalin que a Brodski y Ajmátova.
Podrá decirse que esta es una interpretación
exagerada mía, pero yo creo en lo significativo de cada nombre que se cita en
la literatura memorialística, que suele ser en la mayoría de los casos y lo es
en este, ejercicios de autodeificación.
Brodski y Ajmátova son aquí el detergente y
el suavizante con que Garrandés pretende lavar sus conflictos de imagen. Y la
aparición de estos dos autores rusos dice mucho de la clase de lector que es
él. Me pregunto por qué si va a leer tan trivialmente literatura sapiencial no
se dedica a leer autores más ligeros, que se correspondan mejor con su tesitura
moral.
(…)
Compruebo que Alberto Garrandés
no es capaz de quitarse de encima su pasado de comisario político. Lo intenta
aduciendo que habían comisarios más altos y que yo la emprendí con él sin tocar
a los más altos. Suponiendo que hubiera sido así, eso no disminuye su
responsabilidad: jefe de las colecciones de narrativa del Palacio de Segundo
Cabo y responsable directo de que la novela de Atilio Caballero (y es de
suponer que otras) fuera censurada políticamente. Dado su cargo y dado que
continuara todavía un tiempo más en ese cargo, la acusación contra él tiene
fundamento y no es difamación, como á él le gustaría hacerse creer.
Su trabajo memorialístico me ha hecho
acordarme de los trabajos memorialísticos de otro oportunista, Lisandro Otero,
que fabricó una versión de sus memorias para consumo interno cubano y otra
versión para su difusión en el extranjero. Alberto Garrandés es un nuevo
Lisandro Otero: en sus memorias alardea de su celo total contra la censura y en
estos comentarios ha recordado (dada mi insistencia) que, en efecto, existió
aquel caso de censura bajo su mando, aunque… Y aquí pone las mismas razones que
Luis Pavón y otros pavones y pavoncitos han puesto siempre para exculparse.
En cuanto a sus juicios sobre mi trabajo
literario (intento suyo de matar al mensajero para borrar el mensaje), también
encuentro dos versiones: la acerba de estos comentarios y la elogiosa de la
primera parte de sus memorias, publicadas en este mismo sitio. ¿Por qué, si tan
poco vale mi trabajo, tuvo que elogiarlo, junto al de Rolando Sánchez Mejías,
apenas iniciada estas memorias suyas? En cualquier caso, confieso que sus
críticas me conmueven tanto como sus elogios.
Yo no he escrito nunca ni contra ni a favor
ni sobre él en tanto escritor. No he traído a colación obra suya alguna. Aquí
he querido ocuparme del antiguo comisario político que intenta travestirse en
héroe de la resistencia contra los censores.
(Comentarios publicados en la
red, agosto 2017)
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