Se sabe de intelectuales que han vendido sus almas
al diablo. Ese es el caso de Retamar. Y quizá lo que no supieron quienes
leyeron aquel primer post, fue que expresé mis críticas con dolor, porque una
vez me dijo que, desde hacía años, heredaba las amistades de sus hijas, y que
me consideraba su amigo. Pero, una vez que publiqué en mi blog lo que pensaba
al respecto, fui tachado de la lista de “bienvenidos” a sus fiestas familiares,
algo que acepté con orgullo porque no quería compartir con asesinos.
A su vez, cuando en la UNEAC comenzaron a recoger
aquellas firmas de apoyo al fusilamiento, como suele suceder ante esos llamados
oficialistas, muchos, casi la mayoría, fueron a estampar su nombre en aquel
cobarde documento, aunque luego, en la sala de mi casa, dijeran que no deseaban
firmar, pero que el miedo a que “nos enseñen los instrumentos” (el modo en que
estos “intelectuales” se refieren en silencio a la represión oficial), los
inducía a traicionar sus pensamientos, sus verdaderos credos. Negarse a
estampar su firma de apoyo a tan sádico crimen era, para ellos, algo similar al
suicidio. Por mi parte, es obvio, cuando me hicieron la respectiva llamada
desde la oficina de la Asociación de Escritores solicitando mi firma, dije que
me negaba y recuerdo que la funcionaria escuchó en total silencio mi desacato a
la dictadura, seguro que para informarlo después; o, al menos, para no verse
involucrada en mi diatriba en caso de ser escuchada.
Todos los que conocemos a Laidi Fernández de Juan,
sabemos que idolatra a su padre, como corresponde hacer a los buenos hijos, por
supuesto, y en este caso, a partir de que publicara yo dicho post criticando a
su padre, comenzó desde su pináculo oficialista una persecución implacable
contra mi persona. Se olvidó de los cumpleaños sorpresivos que me dedicó, de
sus cartas de amor por el correo Cubarte ─antes de que me lo clausuraran─, de
sus dedicatorias en los libros en las cuales me exaltaba como uno “de los pocos
caballeros que conoce”, entre otros lances que “no
quiero decir, por hombre, las cosas que ella me dijo. La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido”, cuando quiso que la llevara al río.
Lo cierto es que, como la dama soez que hoy encarna
─y quienes la conocen me darán la razón, pues saben que fuma, bebe y dice
palabrotas como un arriero─, trepadora del oficialismo y ventajista que siempre
ha sido, comenzó su labor de sátrapa en mi contra, en contubernio con la
Seguridad del Estado, Abel Prieto y Retamar, quienes fueron en mi caza y
esperaron el mejor momento. Querían más sangre, la mía ─en alguna parte leí
que, una vez que se prueba, se sufre un síndrome de vampirismo, e imaginé a
Retamar deleitándose con la mía─. Pero más allá de cualquiera de mis
imaginaciones, ese absurdo proceso me hace recordar siempre las acusaciones y
persecuciones contra Hannah Arendt, cuando cuestionó el papel de los “consejos
judíos” en el holocausto. Y, como ha he dicho, Laidi Fernández comenzó a
intrigar en mi contra. Y, junto a ella, hasta los amigos y conocidos,
temerosos, pues por salvar sus traseros o hacerle la corte al régimen, son
capaces de denunciar a sus propias madres.
A los pocos días de que la dictadura me llevara a
prisión, ya tenían previsto un “Encuentro contra la Violencia de Género”, que
estaba ubicado en el mejor lugar del guión: una vez que terminó la Feria
Internacional del Libro en La Habana y partieron los extranjeros, me citaron
para que ingresara en prisión, y justo en ese momento, cuando comenzara la
protesta internacional contra mi encarcelamiento, salían aquellas “Damas de la
UNEAC”, como se les llamó, recogiendo firmas para apuntalar esta injusticia
perpetrada por el régimen.
El clan de los Retamar, como he denunciado en
ocasiones anteriores, fue el gran promulgador de aquella recogida de firmas en
mi contra. El viejo, instigó en los predios de la Casa de las Américas, donde
funge como Director vitalicio, ─algo tiene que cobrar por ensuciarse las manos,
además de estar emulando con los Castro, como si fuera una apuesta de quién
dura más en sus poderes. También es sabido que usó a esa institución cultural
para convencer a algunos intelectuales extranjeros, que sí se dejaron engañar y
los acompañaron en aquella campaña injusta, pese a que en internet estaban (colgadas
en mi blog y circulando en cientos de sitios webs y medios sociales) todas las
pruebas de mi inocencia.
Y hubo también, triste es decirlo, personas que
firmaron sin conocer nada sobre el asunto, y siguiendo ciegamente solo el rumor
de la oficialidad, que en realidad a cualquier costo político necesitaba
acallar mi voz luego de las dos Cartas Abiertas que escribí al dictador Raúl
Castro, y de mis acciones públicas en defensa de los derechos y libertades que
deberíamos tener según se establece en la Carta Magna de Derechos Humanos de la
ONU.
Esas “Damas” eran mujeres que nunca han condenado
las golpizas salvajes que asestan los órganos represivos de la dictadura a las
Damas de Blanco, pero el colmo es que tampoco defendieron a Ana Luisa Rubio,
cuando fue golpeada salvajemente y sus fotos con el rostro desfigurado fueron
exhibidas en todas la redes del mundo, incluyendo la cubana: no se conmovieron
ni siquiera porque era miembro del gremio al ser una actriz popularmente
conocida. Volvieron a callar, en un acto de vergonzoso cinismo, porque para
ellas los abusos del gobierno no son violaciones. Ellas solo funcionan cuando
la dictadura le da luz verde, como animales amaestrados para agredir al recibir
la orden de atacar.
También son públicamente conocidos los miedos del
viejo lobo cuando Fidel Castro lo mandaba a citar para que acudiera a Palacio.
Dicen que Retamar se enfermaba del estómago. No era para menos, seguro temeroso
de que el tirano hubiera decidido infringirle algún castigo. Estoy seguro de
que la vida y la historia le pasará la cuenta al poeta, sobre todo por su
cobardía, que es su gran enfermedad; la misma enfermedad de todos aquellos que
se alían al poder para salvaguardar sus traseros.
Alguien me comentó hace pocos días que había visto
en la calle a Laidi Fernández y que cierta maldad se le estaba reflejando ya en
el rostro, al punto de parecer una bruja. Ese, estoy seguro es el resultado
devastador del peso de conciencia, en caso de poseerla, por todos los planes sucios
que se cocinan en su casa.
También puede ser consecuencia de saberse una
escritora inflada, inventada, pues ha ganado los premios literarios que ostenta
en su currículum únicamente por la presión de su padre a los jurados. Eso es
conocido públicamente por el gremio de escritores. Y todos aquellos que han
participado junto a ella en esos concursos, lo sufrieron, aunque prefieran
callarlo porque sería enfrentar a todo el poder de ese apellido y la
oficialidad que representan y ejercen. Además de las presiones de su padre para
que su Laidi fuera aceptada en los medios culturales cubanos, a la oficialidad
le convenía la cuota de cobardía que llevan en sangre, pues inferían que sería
una aliada más para sus actos ruines, como efectivamente luego ha sido. Pero si
ella tiene algún talento es el de conseguirse algunos beneficios extra,
brincando de cama en cama de funcionarios y de cuanta persona con poder se le
pare delante, si ese poder le interesa a ella para su autopromoción.
Conozco una anécdota convincente, contada en primera
persona. Alguien que aún trabaja en la Casa de las Américas hizo una antología
de mujeres que escribían el género de cuento. Y, cuando se supo la noticia, fue
convocado a la oficina de Retamar. El crítico, sin saber de qué se trataba
aquella convocatoria, acudió presuroso pues de todas maneras era su jefe y fue
recibido por la secretaria. Apenas segundos después, se vio, intrigado, frente
al Director.
─Me han dicho ─comenzó Retamar─ que estás preparando
una antología de mujeres narradoras.
El hombre movió la cabeza, confirmando, aún
extrañado, pues no tenía la más remota idea del interés de su jefe.
─También me han dicho que usted no escogió ningún
cuento de Laidi ─dijo, con cierta suspicacia─. En cambio, sí seleccionó un
cuento de la escritora Mylene Fernández ─y lo miró con arrogancia─; ellas son
muy amigas, ¿sabe?
El antologador no entendía qué estaba sucediendo. De
hecho, no sabía quién era la tal “Laidi” que a la sazón Retamar mencionaba,
pues recuerden que en el inicio de su “carrera literaria” utilizaba su
verdadero nombre: Adelaida.
─Pues mi hija no tendrá ningún inconveniente ─le
hizo saber Retamar con la mayor autoridad─ en que usted sustituya el cuento de
Mylene y ponga el suyo… Ni Mylene tampoco, se lo aseguro; son muy amigas, ya le
dije.
Me contó el antologador que, de inmediato, a su
cabeza llegó, silenciosa, una pregunta: en aquellas condiciones ¿continuaba su
interés por seguir laborando en la Casa de las Américas?, y se respondió que
sí, con lo cual sólo le quedaba un camino: remplazar los cuentos o pedir la
baja de la institución.
Todo terminó con un movimiento afirmativo de cabeza
y se retiró. Y así fue que apareció un cuento de Laidi Fernández en aquella
antología.
Pero esto es solo una de las tantas maniobras de
papá Retamar para que reconozcan a su niña. Nadie olvida tampoco lo ocurrido en
el concurso David y el disgusto entre los participantes, cuando en realidad el
premio, según la calidad del libro, lo merecía Michel Perdomo, que luego
descubrió que su libro ni siquiera había sido leído por el jurado amigo del
viejo poeta. Esa vez, por suerte, no le admitieron sus fullerías para potenciar
a su Laidi.
El viejo poeta no fue capaz de protestar ante los
otros miembros del Consejo de Estado, al que pertenecía, y no se negó a
estampar su firma de muerte para aquellos jóvenes que merecían vivir, que eran
hijos de otras madres y padres que luego sufrieron y padecen hasta lo indecible
aquel horrible acto. Manchó así su imagen para la posteridad. En lo particular,
no creo que unos buenos versos borren el color de la sangre.
No hay que olvidar que cuando unos vándalos
agredieron a su hijo en la barriada de El Vedado, donde viven, Laidi se olvidó
de los lazos de intereses que la unen a la dictadura y saltó como una loba
escribiendo una declaración de ataque al sistema que hizo pública sabiendo que
su sangre es intocable. Como ya es costumbre, la gente apoya al totalitarismo
mientras no se siente perjudicado directamente, sin importarle que otros sí lo
sean. Pero luego, a los dos días, cuando bajó el nivel de enervación y lo
releyó, pues ya los funcionarios que ella bien conocía le habían conversado al
respecto sobre su mala decisión de criticar al Estado, rescribió el texto para
aflojarlo, y volvió a publicarlo con la nueva versión.
Esta es la calidad de mis enemigos. Estos son los
sabuesos de la tiranía que me tocaron. Cubiertos de bajeza, de falta de amor
propio que presionaron cuanto y a cuantos pudieron por dañarme. Solo por
expresar mi pena ajena con la poesía de Retamar, al caer sobre un artista la
culpa de haberse cubierto las manos, y el alma, de sangre joven e inocente.
(Asesinos,
cómplices y víctimas. Blog Los Hijos Que Nadie Quiso, mayo 2016)
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