Se diría que el poemario tiene dos
mitades: la primera, hasta el Canto XI, que resulta un fresco estremecedor y,
en lo esencial, certero, del devenir histórico de la Cuba azucarera hasta los
años veinte de la pasada centuria, realizado con un aliento a la vez épico y
lírico. La segunda, a partir del Canto XII, consiste en una serie de juicios y
advertencias del poeta en relación con las causas —en lo esencial,
psicológicas— que han producido el estado lamentable del agro nacional; entre
ellos se incluyen razones tan peregrinas, como que la penetración del capital
extranjero en los campos de la isla se debe… ¡al hábito campesino de jugar a
los gallos! Agrava esta dirección empequeñecida que toma el libro, la actitud de
dómine del sujeto lírico, que da lecciones al campesino —(Y mi voz tiene algo
de la voz del profeta)”—. Lo inconveniente del tono asumido, la exageración
absolutizadora de la importancia de ciertos rasgos de la psicología social
campesina en la época, disminuyen la eficacia del retrato de costumbres que,
ciertamente, resultan negativas. Tales errores de Acosta incluso dificultan
percibir aciertos en la identificación de fenómenos, como el del
desdibujamiento gradual de rasgos de idiosincrasia cultural, por efecto de un
contacto deformante y una actitud entreguista hacia culturas foráneas, asumidas
como modelos de eficacia y éxito, actitud esterilizante que es denunciada en
versos como: “Ahora vives del préstamo. Hasta el yarey cubano / trocóse en tu
cabeza en sombrero tejano”. Asimismo, el modo en que se formula la crítica, la
debilita, incluso cuando el poeta denuncia mecanismos esenciales de la
politiquería instaurada en el país, cuya proyección discursiva se basa en la
adulación de un pueblo al cual estos mismos políticos desprecian…
No comments:
Post a Comment