“Nicolás Guillotina le lanzó una mirada
de asco a H. Puntilla, quien le dijo: Gracias, doctor, y leyó sus cuartillas.
Era un aburrido discurso lleno de loas a Fifo, pero en el último párrafo decía
que Fifo estaba enterado de todo lo que allí iba a suceder. Si se considera que
aquella confesión era “espontánea”, había que tomar aquellas palabras como una
burla. Así las tomó Fifo y le ordenó a sus más fieles enanos que durante el
carnaval le cortaran las piernas a Nicolás Guillotina (¡Guillotínenmelo!
¡Guillotínenmelo!) y que lo dejara morir de una gangrena doble. El gran perro
bulldog terminó su exposición sin mirar a H. Puntilla que otra vez dijo:
Gracias, doctor, y abandonó el escenario, sentándose junto a la Avellaneda.
Entonces Baka Kosa Mala, enarbolando su ametralladora, le dijo a su esposo:
Habla. Y otra vez H. Puntilla comenzó su “espontánea” retractación. La
retractación se ajustaba al modelo titulado “Retractación de primer grado”,
redactado hacía más de treinta años por E. Manetta y Edith García Buchaca. Era
un mamotreto oficinesco en el que se confesaba de haber cometido todos los
delitos de lesa patria y de alta traición a Fifo y se pedía, como acto purificador,
la pena de muerte por fusilamiento y terminaba con un exaltado “Patria o
muerte. ¡Venceremos!”.
Pero a aquel texto manettiano y
maniqueísta, H. Puntilla le interpoló cosas de su propia cosecha. Así, mientras
se delataba a sí mismo como traidor y contrarrevolucionario, delató también por
el mismo delito a sus amigos, entre ellos la Paula Amanda y la César Lapa (la
mulata de fuego), y también delató a su propia esposa, quien enarbolando su
ametralladora le lanzó un tiro que fue a dar en una gigantesca estatua de
Carlos Marx, haciéndola añicos. Entonces H. Puntilla, creyendo que ya lo
estaban fusilando, que esta vez no lo salvaba ni la retractación, comenzó a
soltar unos gritos desesperados, y como muestras de fidelidad al régimen recitó
de un tirón sus tres poemas a la primavera compuestos, dijo, cuando estaba en
las celdas de la Seguridad del Estado. Baka Cosa Mala soltó otro disparo que
derribó la estatua monumental de Lenin. H. Puntilla lanzó un aullido hórrido y
dijo que no lo mataran, que se arrepentía de todos sus delitos, que amaba a
Fifo desesperadamente y que quería pedirle perdón de rodillas, por lo cual le
rogaba al Comandante de la Aurora (así lo llamó) que subiera al escenario. En
realidad, lo que perseguía H. Puntilla era que Baka Kosa Mala, con sus locos
disparos, matara al comandante en jefe, liberándose así de dos enemigos
terribles, el comandante y la esposa. Pero varios enanos, antes de que Fifo
subiera al escenario, desarmaron a la desenfrenada poetisa.
Fifo, siempre envuelto en su gran capa
roja, se trepó al escenario con sus tres famosos pasos. H. Puntilla se acercó a
él de rodillas y volteándose le pidió al Máximo Líder que lo escupiera y lo
pateara. Cosas que inmediatamente hizo el Máximo sin desprenderse de su gran
capa roja ni de su monumental supergorro o caperuza. Se oyó en todo el salón el
estruendo de un cerrado aplauso. Entonces H. Puntilla le pidió al Líder que lo
orinase. Al momento, un potente chorro de orine que parecía salir de una
manguera bañó el cuerpo del genuflexo. Retumbó otra vez en toda la audiencia un
aplauso aún más cerrado. H. Puntilla se bajó los pantalones y le rogó a Fifo
que le propinarara un puntapié en sus nalgas desnudas. Fifo golpeó
violentamente las nalgas del poeta provocando un torrente de aplausos aún más
avasallador. Pero H. Puntilla siguió llorando y ahora le pedía a Fifo que, por
favor, le metiera todo su pie, con bota incluida, en el culo. Y poniéndose a
cuatro patas mostró un culo negro e infinitesimal. El Máximo Líder caminó hasta
un extremo del escenario y ayudado por los diligentes enanos se desprendió de
toda su ropa, quedándose sólo con las botas, la gran capa roja y la magnífica
caperuza con su rama de olivo. Tomando impulso, saltó desde el extremo del
escenario y hundió una de sus piernas embotadas en el culo de H. Puntilla. Éste
profirió un gigantesco alarido de gozo, más alto aún que el estruendo de los
aplausos que retumbaban en toda aquella “maravillosa velada”, como la había
calificado el señor Torquesada. El problema surgió cuando Fifo intentó sacar su
pierna del culo poético. No podía zafarse de aquel culo que apretaba la pierna
como una ventosa o la muela de un gigantesco cangrejo. Más de sesenta y nueve
enanos se treparon a la plataforma y comenzaron a tirar de H. Puntilla, pero no
pudieron desprenderlo de la pierna máxima. Por último, un enano, que fungía
como mayordomo de los enanos, le desató el lazo con que culminaba la bota
empantanada y Fifo pudo liberar su pierna, pero la bota se quedó dentro del
vientre de H. Puntilla. Envuelto en su gran capa, Fifo descendió del escenario
entre un torrente de aplausos. La peste a mierda que exhalaba su pierna era
horrorosa, pero los diligentes enanos comenzaron a limpiar la pierna con la
lengua, ayudados fervientemente por Mario Bendetta, Eduardo Alano, Juana Bosch
y la Marquesa de Macondo.
H. Puntilla, en pleno escenario, se
despojó de toda su ropa y con gran gozo mostró al público su vientre
prominente, donde se destacaba la inmensa bota del comandante en jefe. Jamás en
el rostro de un hombre se vio una expresión tal de felicidad. Al fin había
quedado preñado por la bota odiada y sobre todo amada del Máximo Líder”.
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