Friday, September 16, 2016

Reinaldo Arenas vs. Heberto Padilla (3)

“Nicolás Guillotina le lanzó una mirada de asco a H. Puntilla, quien le dijo: Gracias, doctor, y leyó sus cuartillas. Era un aburrido discurso lleno de loas a Fifo, pero en el último párrafo decía que Fifo estaba enterado de todo lo que allí iba a suceder. Si se considera que aquella confesión era “espontánea”, había que tomar aquellas palabras como una burla. Así las tomó Fifo y le ordenó a sus más fieles enanos que durante el carnaval le cortaran las piernas a Nicolás Guillotina (¡Guillotínenmelo! ¡Guillotínenmelo!) y que lo dejara morir de una gangrena doble. El gran perro bulldog terminó su exposición sin mirar a H. Puntilla que otra vez dijo: Gracias, doctor, y abandonó el escenario, sentándose junto a la Avellaneda. Entonces Baka Kosa Mala, enarbolando su ametralladora, le dijo a su esposo: Habla. Y otra vez H. Puntilla comenzó su “espontánea” retractación. La retractación se ajustaba al modelo titulado “Retractación de primer grado”, redactado hacía más de treinta años por E. Manetta y Edith García Buchaca. Era un mamotreto oficinesco en el que se confesaba de haber cometido todos los delitos de lesa patria y de alta traición a Fifo y se pedía, como acto purificador, la pena de muerte por fusilamiento y terminaba con un exaltado “Patria o muerte. ¡Venceremos!”.
   Pero a aquel texto manettiano y maniqueísta, H. Puntilla le interpoló cosas de su propia cosecha. Así, mientras se delataba a sí mismo como traidor y contrarrevolucionario, delató también por el mismo delito a sus amigos, entre ellos la Paula Amanda y la César Lapa (la mulata de fuego), y también delató a su propia esposa, quien enarbolando su ametralladora le lanzó un tiro que fue a dar en una gigantesca estatua de Carlos Marx, haciéndola añicos. Entonces H. Puntilla, creyendo que ya lo estaban fusilando, que esta vez no lo salvaba ni la retractación, comenzó a soltar unos gritos desesperados, y como muestras de fidelidad al régimen recitó de un tirón sus tres poemas a la primavera compuestos, dijo, cuando estaba en las celdas de la Seguridad del Estado. Baka Cosa Mala soltó otro disparo que derribó la estatua monumental de Lenin. H. Puntilla lanzó un aullido hórrido y dijo que no lo mataran, que se arrepentía de todos sus delitos, que amaba a Fifo desesperadamente y que quería pedirle perdón de rodillas, por lo cual le rogaba al Comandante de la Aurora (así lo llamó) que subiera al escenario. En realidad, lo que perseguía H. Puntilla era que Baka Kosa Mala, con sus locos disparos, matara al comandante en jefe, liberándose así de dos enemigos terribles, el comandante y la esposa. Pero varios enanos, antes de que Fifo subiera al escenario, desarmaron a la desenfrenada poetisa.
   Fifo, siempre envuelto en su gran capa roja, se trepó al escenario con sus tres famosos pasos. H. Puntilla se acercó a él de rodillas y volteándose le pidió al Máximo Líder que lo escupiera y lo pateara. Cosas que inmediatamente hizo el Máximo sin desprenderse de su gran capa roja ni de su monumental supergorro o caperuza. Se oyó en todo el salón el estruendo de un cerrado aplauso. Entonces H. Puntilla le pidió al Líder que lo orinase. Al momento, un potente chorro de orine que parecía salir de una manguera bañó el cuerpo del genuflexo. Retumbó otra vez en toda la audiencia un aplauso aún más cerrado. H. Puntilla se bajó los pantalones y le rogó a Fifo que le propinarara un puntapié en sus nalgas desnudas. Fifo golpeó violentamente las nalgas del poeta provocando un torrente de aplausos aún más avasallador. Pero H. Puntilla siguió llorando y ahora le pedía a Fifo que, por favor, le metiera todo su pie, con bota incluida, en el culo. Y poniéndose a cuatro patas mostró un culo negro e infinitesimal. El Máximo Líder caminó hasta un extremo del escenario y ayudado por los diligentes enanos se desprendió de toda su ropa, quedándose sólo con las botas, la gran capa roja y la magnífica caperuza con su rama de olivo.   Tomando impulso, saltó desde el extremo del escenario y hundió una de sus piernas embotadas en el culo de H. Puntilla. Éste profirió un gigantesco alarido de gozo, más alto aún que el estruendo de los aplausos que retumbaban en toda aquella “maravillosa velada”, como la había calificado el señor Torquesada. El problema surgió cuando Fifo intentó sacar su pierna del culo poético. No podía zafarse de aquel culo que apretaba la pierna como una ventosa o la muela de un gigantesco cangrejo. Más de sesenta y nueve enanos se treparon a la plataforma y comenzaron a tirar de H. Puntilla, pero no pudieron desprenderlo de la pierna máxima. Por último, un enano, que fungía como mayordomo de los enanos, le desató el lazo con que culminaba la bota empantanada y Fifo pudo liberar su pierna, pero la bota se quedó dentro del vientre de H. Puntilla. Envuelto en su gran capa, Fifo descendió del escenario entre un torrente de aplausos. La peste a mierda que exhalaba su pierna era horrorosa, pero los diligentes enanos comenzaron a limpiar la pierna con la lengua, ayudados fervientemente por Mario Bendetta, Eduardo Alano, Juana Bosch y la Marquesa de Macondo.
   H. Puntilla, en pleno escenario, se despojó de toda su ropa y con gran gozo mostró al público su vientre prominente, donde se destacaba la inmensa bota del comandante en jefe. Jamás en el rostro de un hombre se vio una expresión tal de felicidad. Al fin había quedado preñado por la bota odiada y sobre todo amada del Máximo Líder”.

(El color del verano. Tusquets, 1999)

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