Sin embargo,
el coloquialismo militante y oficialista de los sesenta y setenta (aunque no
todo el coloquialismo fue de este tipo ni estuvo ajeno al tropologismo y al
intimismo), ha pasado en general y no queda en el recuerdo precisamente como
una ganancia. Y mientras un proyecto tan reciente como Diáspora(s)
necesita ser rescatado, además de que su conocimiento en los predios
culturales hispanoamericanos sigue siendo limitado, Orígenes (a pesar de sus
más de 70 años de rodar) no necesita rescate, le basta con sus obras y el
trabajo continuo de sus detractores. Aunque claro, dentro y fuera del grupo
también ha tenido sus grandes exégetas así como sus mejores cuestionadores.
No es que esa
generación de escritores y artistas sea incuestionable, al contrario,
no lo es y en muchos aspectos. El problema (más bien el síntoma) está en la
necesidad de nombrar a Orígenes después de más de siete décadas de su
fundación para poder tener algún tipo de atención, para contar con un
antagonista de peso. Pero esa estrategia nos la enseñó el propio grupo por
medio de autores como Virgilio Piñera y Lorenzo García Vega.
Orígenes no
sólo pretendió y difundió su cosmos teleológico, también mostró su caos
fundador, su propia negación. En los Orígenes también fue el caos.
Orígenes,
entonces, parece ser la eterna generación de la poesía cubana, si no la única
del siglo XX y lo que va del XXI. Con frecuencia hasta hoy los que quieren
imponerse lo hacen oponiéndose a los origenistas, comparándose con el grupo, y
eso, más que denigrarlos, les da vida.
Porque hasta
los muertos de Orígenes -principalmente los muertos de Orígenes- están más
vivos que todos sus detractores.
Y ese es su
triunfo.
(El Grupo
ORÍGENES entre el ninguneo y la negación. Blog El Jardín de Academos,
febrero 2015)
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