I
El académico
Jorge Luis Camacho se atribuye una relevancia, un poder de creación y una
mirada adelantada que él no tiene. Camacho no ha dicho nada destacable que no
hayan escrito antes, desde mediados de los noventa del siglo pasado, Aline
Helg, Ada Ferrer y Alejandro de la Fuente, entre otros autores de real
estatura. Me refiero al tema que contiene a los negros en la escritura y la
vida de Martí, que es lo que he investigado por veinte años, precisamente
cuando el sector académico mencionado dio a conocer los primeros estudios que
consideré desde entonces problemáticos.
Como afirmo en
otras incursiones, los académicos en Estados han llevado a cabo una labor
encomiable —diría que decisiva— sobre las relaciones raciales en la Isla. Es
con Martí donde se equivocan, que no es el centro de sus meditaciones. Camacho,
por su parte, no ha entregado un solo análisis perdurable, en cuanto a los
afrocubanos, porque trabaja con intenciones preconcebidas.
El “yo” —no el
que estudian Freud y Lacan, sino el de Camacho— pareciera que le dificulta el
resuello, que lo precariza, lo sujeta y lo pone cianótico, pero en realidad no
es así. Su “yo” quiere ser algo donde no hay nada y lo reitera tanto que se
ahoga definitivamente. Camacho es una libreta de abastecimiento.
La distorsión
de su “yo” es tal que se enoja, me acusa, adjetiva y ofende porque dice que no
lo menciono en el libro, a pesar de que lo que hago es criticarlo. Él prefiere
que aparezca su nombre, su nombre siempre, aunque sobre el mismo caiga como
lluvia de lejía lo que dijo Martí, que termina sepultándolo. Paralizado desde
su “yo” enfermo no fue capaz de ir hasta la Bibliografía del libro, donde están
su nombre ¡al fin! y los títulos de cinco de sus textos y la forma de
localizarlos. Para Camacho lo importante no habita en acercarse a la verdad: lo
importante para este caballero es exhibirse. Pero hay más.
Pareciera que
lee muy mal, y así silencia en sus ensayos una cifra extensa de nociones
martianas o las acomoda, con sus interpretaciones, a objetivos prehechos.
Probemos su capacidad de escamotear en la crítica de marras. Se queja porque no
lo menciono, dice que lo ninguneo, y cita, también parcialmente, la página 68
del libro, pero le oculta al lector de CUBAENCUENTRO, ¡sí, a Ud. mismo!, la
página 66 donde lo menciono primero por su nombre, inicial de su segundo nombre
y apellido, y dos veces más por su apellido. En total aparece, ya en sus
textos, su nombre y Bibliografía, diez veces en el libro. ¿Cómo fue posible que
no chocara con todo esto? Estas triquiñuelas, esta falta de seriedad es
habitual en Camacho, cuyo nombre repetiré aquí muchas veces para ver si lo hago
feliz.
Son de tanto
bulto sus errores que estoy por pensar que él sabía que yo lo iba a despedazar,
pero con tal de autocitarse y verse y sentirse en un escenario, valía la pena
el sacrificio. Como solo instala afirmaciones que no demuestra, su auténtico
fin residió en la oportunidad que el tema le regalaba para repetir posesivos y
autoalusiones. Observemos: “…le permite a Cabrera ningunear mis argumentos, levantar ideas de mis ensayos, y tomar el rol de un
brigadista de turno que viene a rectificar lo que dijimos”. (subrayado nuestro).
Ahora me
asalta una duda, una pregunta, otro atajo para analizar lo que subyace en el
“yo” de este caballero. Por qué si el libro es tan malo, por qué si acarreo sus
textos para criticarlos, le lástima tanto que no lo cite, que no estampe su
nombre glorioso en el libro. Yo no quisiera aparecer, jamás, en un libro malo.
En mi caso, sería mejor que el autor me ignorara porque entonces no me veré
relacionado con tal mediocridad. A partir del comportamiento de Camacho, me
asalta otra duda: ¿Tendré que creer al escritor del prólogo, el eminente Raúl
Fornet-Betancourt, quien asegura que el libro es “imprescindible”? ¿Será que no
es tan malo mi libro…?
II
En sus afanes
por atacarme acude a la política, pero cómo no me conoce, se parapeta detrás de
elementos que deja en la bruma, inexplicados, raros. Qué quiere decir con
“brigadista de turno”. Vaya Ud., amigo lector, a saber. Tal vez piensa que Ud.
no merece claridades y está bien servido con un plato de humaredas. Quizá cree
que soy un peón del régimen cubano o un soldado que él, como buen acomodador de
teatro, decidió sentar en el tradicionalismo martiano. Después de designar el
sitio de cada cual Camacho irá al escenario, a exhibirse.
Vamos a
ponerle un poco de hondura al asunto. Yo quisiera que nuestro señor
respondiera, ya que presume que me aprovecho de sus meditaciones (no para
rectificarlo sino para criticarlo en el 99 por ciento de las ocasiones), en qué
texto, de la tradición o fuera de ella, se abordan los siguientes aspectos de
la obra de Martí, donde ocupo en general en capítulos completos: 1.- ¿Quién ha
tratado antes los adelantos martianos de lo que hoy llamaríamos desobediencia
civil, donde los negros ocupan un lugar primordial? 2.- ¿Qué libro o ensayo ha
intentado demostrar la visión del poeta en el tema social sobre la raza negra,
en Cuba y Estados Unidos? En este asunto el poeta sugiere incluso la acción
afirmativa. 3.- ¿En qué texto se investiga a través de toda su obra la
descolonización del cuerpo de hombres y mujeres de la raza, es decir su
vigencia en este campo? 4.- ¿En dónde se ha seguido paso a paso —no digo
mencionar o una vaga generalización— sus nociones sobre Frederick Douglass,
Henry H. Garnet y John Brown, dedicadas al tema de los afrodescendientes. 5.-
¿Quién ha intentado probar la recepción de los afrocubanos a partir del
pensamiento liberador del poeta, aspecto capital que excluyó Ottmar Ette de su
pesquisa? 6.- ¿Existían en toda la bibliografía pasiva martiana referencias al Spiritual, el Cake Walk y a relaciones literarias entre “La Muñeca Negra” y La cabaña del tío Tom? Hay más, pero
dejémoslo porque temo aburrir, que para aburrir con Camacho basta.
Mientras yo me
esfuerzo por generar teoría y conocimiento nuevo, que es el sentido de un
académico, don Camacho pretende, bajo el manto de la disidencia o la
desmitificación, rebajar sin razones válidas y desde parcialidades y escamoteos
el símbolo que, le guste o no, encarna Martí. Debo añadir que en marzo de 2006
publiqué un ensayo donde armé la columna vertebral del volumen que con tanta
energía ataca don Jorge.
Para el tipo
de crítica que hace Camacho mis postulados son una constante concesión, una
alabanza a todo trapo de Martí. Ya en el primer párrafo del libro y a través de
toda la introducción admito, sin embargo, “ambivalencias y equivocaciones”,
afirmaciones problemáticas.. Pero yo no lo detengo ni encierro ahí como Camacho
y otros. Lo abordo en una dinámica que no es martiana sino humana, en su
despliegue en el tiempo. Por tal motivo critico a quienes estratifican,
convierten en lápida una equivocación o un prejuicio. Muy difícilmente estaré
de acuerdo —y no únicamente en el caso martiano— con un dogma como el que el propio
Camacho reproduce y que cualquiera escondería, por vergüenza, bajo siete
llaves: (Martí) “marcó a los negros, para siempre, como elementos sospechosos
dentro de la comunidad blanca”. Aquí hay un problema metodológico grave, una
totalización, un caso irreversible, una opinión castrante y eso nunca es
Historia. En el fondo, eso es política. Con estos bemoles está confeccionado el
discurso del que Camacho se imagina creador, pero que, repito, existía desde
mucho antes. A lo sumo, él ha extremado errores previos. Conste que no soy el
único al que don Jorge ha acusado de ninguneo.
El crítico se
delata a sí mismo cuando coloca como primera importancia del libro el tema de
la cultura del negro en Martí, y se delata porque cita la página 330. ¿Cómo el
tema más importante puede estar a esa altura? La engañifa la lleva a cabo
porque cree que es en el tema de la cultura donde hay grietas para introducir
su crítica. El objetivo sobre el que gira todo el libro que ocupa a don Camacho
es exponer el proyecto liberador para el negro en el corpus del poeta. Ese es
el nudo, lo focal y fue por esto que los negros lo siguieron. El racismo que
Camacho y otros atribuyen a Martí produce afrocubanos tontos, fuera de la
historia.
Con el fin de
arrinconarme Camacho escamotea lo que llamo, en la explicación misma del
capítulo sobre la cultura del negro, “escisiones y fugas martianas”. Y en la
introducción al libro procuro “demostrar las disrupciones de lo que se ha
llamado creación martiana de ciudadanías culturalmente homogéneas”. De dónde,
de cuál sitio de su mágico sombrero Camacho saca que veo a la raza “como algo
puramente cultural”. Esta es otra chapucería.
Para demostrar
errores del poeta y como consecuencia del autor, el señor Camacho pudo criticar
alguna cita de Martí entre numerosos pensamientos sobre lo cultural, pero no lo
hace. Por cierto que en la página 330, no se habla nada de biología, al revés
de lo que afirma.
Tampoco ven
Camacho ni el sector aludido de la academia norteamericana que Martí utiliza a
la cultura occidental como instrumento para la liberación del negro. He aquí
una de las funciones y objetivos de la Sociedad La Liga, suceso inesquivable en
el devenir de los siglos XIX y XX en Cuba. La Liga fue mucho, pero mucho más
que el lugar de la casi prescindible “amistad” entre el poeta y los negros
según Camacho. El dominio de la cultura occidental le permitiría al
afrodescendiente medirse “mente a mente con el blanco”. Y tuvo razón el maestro
en La Liga. Precisamente esto es lo que en la actualidad se le tiene muy en
cuenta a Booker T. Washington, vapuleado por décadas. De sus afanes por enseñar
masivamente cultura occidental —leer, escribir, comprender textos en lengua
inglesa, todo necesario para el saber técnico— salieron numerosos desobedientes
de años posteriores. Aquello de ser cultos para ser libres carga un mensaje
hasta hoy no sospechado.
Aunque lo
anterior era bastante, el poeta isleño no se detuvo. Sus concepciones de
desobediencia civil traían en la entraña al Partido Independiente de Color,
masacrado en 1912. Rafael Serra y otros que estuvieron con Martí en La Liga
neoyorquina y luego fueron a la Isla, dejan esto absolutamente claro, en la
teoría y la práctica. En el libro refiero el viaje de Serra y Evaristo Estenoz
a Estados Unidos, reseñado por The New
York Times. El carácter inviolablemente pacífico de la protesta, que
repitió en muchas ocasiones el artista isleño, y la concertación de “todos los
que tengan buena voluntad”, o sea negros y blancos, antirracistas desde luego,
hubiera imposibilitado el conato armado que Serra previó y condenó,
precisamente a partir de la concepción de rebeldía pacífica martiana, calculada
para cuando se ganara la república democrática mediante la guerra. Probado por
Tomás Fernández, el conocimiento de la obra martiana que acopiaron no pocos
intelectuales de la raza permite afirmar que poeta fue el padre ideológico del
Partido Independiente de Color. Al igual que el grupo de académicos en Estados
Unidos, Camacho está imposibilitado de una conclusión como esta porque tomó un
camino sin destino.
III
En verdad
nunca leí el fragmento donde Martí habla de los negros de África salvajes y del
tiempo necesario para alcanzar la civilización a partir de Camacho, según este
asegura. Tuve en cuenta, en primer lugar, que toda la polémica arquitectura del
párrafo, que no publicó, existe porque el habanero piensa a la raza en “el
ejercicio de sus derechos públicos”. Y esto no lo medita Camacho porque habla
bien de Martí. Leí desde el principio con sentido distinto a todo lo que previamente
había, cuando ni siquiera sabía de la existencia del perínclito Jorge Camacho.
Martí fue superando aquel momento y los ejemplos de esas superaciones menudean
por sus páginas. Basta como botón de muestra lo que denomina “adelanto rápido y
afanoso de los cubanos redimidos, más que los casos patentes de cultura
extraordinaria”, y subraya las “condiciones desiguales”. Tales avances, dice,
“son hechos de influjo social superior”.
IV
Hay un
instante en que la crítica amaga con ponerse seria, y escribe: “Mi argumento en
2008, sigue siendo el mismo que hoy: la ciencia del siglo XIX no hacía
distinción entre los conceptos de raza y cultura. Ambos estaban “enyuntados”, y
por tanto las características de una civilización se trasmitían de una
generación a otra en y con la sangre de los ciudadanos (George Stocking, John
Jackson, y Nadine Weidman)”. Camacho vuelve a enclaustrarse y torna a otra
postura totalizante, sin salida. Lo que afirma es que nada hay ni puede haber
fuera del discurso de la ciencia, a pesar de que él mismo admitió —lo cito sin
crítica por única vez en el libro— que Martí “se vira sobre la cabeza” de un
texto de Charles Letourneau. Para nuestro crítico, como para tanto seguidor a
pie juntillas de la teoría sobre el discurso en el ámbito postmoderno, la
individualidad desaparece, no hay escape ni para Martí ni para nadie. Todos los
seres humanos están obligados a comportarse como un rebaño ante el discurso y
la verdad del poder. Esto es lo que aquí se nos dice.
¿Cómo fue
posible entonces que Martí, seis años antes del mundialmente célebre Émile
Durkheim, según datos de Pierre-André Taguieff, deshabilitara el concepto de
raza, una auténtica hazaña intelectual, y le pasara por encima a todo el
discurso científico de su época. De acuerdo con Nicolas Shumway, el poeta
asegura “que no hay razas, y aunque no dice que la idea de raza es una
construcción histórica como diríamos ahora, afirma que la idea de raza es algo
artificial y que vemos razas porque queremos ver razas”. Pero más sorprendente
aún es que el poeta isleño no disoció la deshabilitación del concepto —tampoco
lo hacen quienes creen lo mismo en la actualidad— con la lucha social, y no
renunció a la existencia social de las razas.
La
desprolijidad de don Jorge llega a nueva cota cuando escribe: “Cabrera analiza
el fragmento del 20 de agosto, como prueba del antirracismo de Martí y al igual
que hice yo, lo interpreta a través del evolucionismo sociocultural, lo
relaciona con la crónica del terremoto de Charleston, y destaca la cuestión del
tiempo, el concepto de negación de la simultaneidad y la “unilinialidad” en sus
escritos. Sin embargo, en ningún momento Cabrera menciona mi nombre o mi
ensayo, y por toda cita menciona a Jean Lamore, que nunca analizó este
fragmento en su libro (Cabrera 58)”.
Quien intente
reflexionar sobre el apunte que bautizo 20 de agosto —Martí no lo tituló— como
prueba del antirracismo del bardo tiene que estar loco. Esta es la noción más
conservadora en toda su obra. Lo que hago, y que Camacho trastoca y despoja de
lógica, es demostrar un proceso superador, cómo va transformando su obra,
adquiriendo conocimientos. Por otra parte, no sería serio analizar concepciones
sobre las razas en el XIX sin hablar de evolucionismo, unilinealidad y del
tiempo como algo implícito en el tema. Estos abordajes son muy comunes en
diferentes disciplinas universitarias, incluso de pregrado. Me pregunto,
además, quién es capaz de olvidar “El Terremoto de Charleston” una vez leído y
al que se han dedicado decenas de ensayos. Por qué Camacho se atribuye estos
temas añejos y manoseados. Su “yo” lo sabrá. Pero hay más.
Arguye don
Jorge que en la página 58 lo excluyo a él y solo me refiero a Lamore. Otra vez
el crítico pretende engañar al lector de CUBAENCUENTRO que no posee el libro.
En esta página, la tengo delante, cito a: Marvin Harris, el célebre antropólogo
de quien extraigo lo vinculado con esta ciencia y no de Camacho. En dicha
página también aparecen Miguel A. de la Torre, Rafael Rojas, Henry George,
Edgar B. Taylor. Estos están al pie, pero en el cuerpo están mencionados de una
forma u otra: Gobineau, Chamberlain, Lapouge, Morgan, McLenan y Piaget. Rojas
sí abordó con mirada no condescendiente 20 de agosto, pero tiene presente los
avances martianos posteriores, sobre lo cual Camacho resulta muy reticente
cuando no lo silencia.
Por tal
comportamiento, Rojas tuvo que recordarle que el imaginario racial de Martí no
puede “ser plenamente reconstruido sin alusiones a su proyecto de una
‘república con todos y para el bien de todos’ en Cuba”. Ocultar frases que
hasta los niños conocen constituye una palmaria violación de las reglas más
elementales del trabajo académico. Y esto, en todo un libro sobre los indígenas
y el poeta. Es verdad que Lamore no tocó 20 de agosto, pero sin dejar de
apuntar errores ofreció un panorama equilibrado, más ancho y profundo que
nuestro crítico. Camacho convierte sus triquiñuelas, mentiras y mentiritas en
una plaga y así infecta todo lo que toca.
En otro
exabrupto de su “yo” ramplón sostiene Camacho que yo dialogo con sus textos por
todo el libro. Esto es totalmente falso, pues como he dicho él no pertenece a
los académicos que considero relevantes y que iniciaron la tendencia que fue
coloreando a Martí como un racista. Mi libro, además, cuenta con 464 páginas, y
en capítulos completos Camacho no tiene absolutamente nada que decir. Lo único
que no se atreve a afirmar es que lo plagio, porque con una sola excepción,
invariablemente lo critico y desde luego lo desarmo y descarto, lo cual no
resulta difícil por su falta de esmero y el hacer escasamente profesional que
lo distingue. Aquí lo hemos comprobado.
Su gran
angustia, o sea que lo ninguneen, que no lo citen, que su nombre quede sin
escenario, es todo invención de Camacho. Dentro de unos días estará en
CUBAENCUENTRO de nuevo con otras quejas, reclamaciones y ofensas contra alguien
que presuntamente lo ignora.
V
Impotente para
triunfar sobre un puñado de nociones objetivamente abordadas y novedosas en la
bibliografía martiana, don Jorge se ve obligado a generar política, pues ahí
siempre hay algo que decir. Veamos. En la invención que es toda patria, la mía
me interesa y en particular la gente que peor la está pasando. Ambiciono
siempre conectar la teoría con la práctica, con los intereses más acuciantes en
esa comunidad imaginada que se llama Cuba.
Las luchas
simbólicas, por otra parte, son constitutivas de los conflictos sociales en
todos lados. Lo que hago en mi libro, como fruto de la preocupación del hombre
de raza negra que soy, es tratar de advertir la no repetición de lo que en el
pasado sucedió. Por ejemplo, la matanza y represión de los independientes de
color.
La historia
tiene impulsos repetitivos destacados muchas veces. Si nos imaginamos en el
campo de las reivindicaciones sociales de los negros, que van a llegar, me pregunto
si enarbolar el símbolo martiano, conociendo cómo realmente pensó los problemas
raciales de la Isla, facilita o no la labor reivindicadora. Por eso, como en el
XIX y XX, los afrocubanos no deben separarse de la fuerza simbólica que el
bardo significa. Por eso reitero que la tendencia que un sector de la academia
norteamericana despliega contra la visión sobre los afrocubanos en Martí es
peligrosa porque en primer lugar es falsa, y lo es también porque distancia a
la raza de un símbolo que la favorece. En este punto el señor Camacho puede
decir lo que le parezca, me da lo mismo. De cualquier modo, anuncié el
advenimiento de este tipo de personajes —y sus ataques— desde la primera línea
del párrafo en que plasmé esta posición, cosa que vuelve a ocultar el
persecutor. Nada hay, pues, de sorprendente en Camacho.
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