Los argumentos
principales del libro de Cabrera son que Martí no utilizó el concepto de raza
desde un punto de vista biológico, sino cultural (330), alentó en sus escritos
la “desobediencia civil,” como lo hicieron Gandhi, y Martin Luther King Jr. y
demostró su antirracismo en sus escritos, y en la amistad que mantuvo con
descendientes de africanos. En estas páginas, por tanto, Cabrera sigue un
camino muy tradicional, ya que incluso su interpretación de la “raza” como algo
puramente cultural, ya había sido defendida por otros autores antes que él
(Fernando Ortiz, Jean Lamore, y Lourdes Martínez Echezabal), y como expliqué en
2008, esta es una tesis falsa ya que desde que Ortiz la propuso hace más de
medio siglo, nuestro conocimiento del concepto de raza ha cambiado
sustancialmente.
Mi argumento
en 2008, sigue siendo el mismo que hoy: la ciencia del siglo XIX no hacía
distinción entre los conceptos de raza y cultura. Ambos estaban “enyuntados”, y
por tanto las características de una civilización se trasmitían de una
generación a otra en y con la sangre de los ciudadanos (George Stocking, John
Jackson, y Nadine Weidman). El mismo fragmento del 20 de agosto sobre los
negros en Cuba que analicé en mi ensayo de 2007, y que Cabrera lee en su libro
como lo hago yo, muestra lo difícil de separar lo biológico y lo cultural en
sus escritos, especialmente cuando habla de los negros, y la necesidad del
tiempo y la cultura (civilizada) para que estos pudieran dejar atrás su
herencia “salvaje”.
En su libro,
Cabrera analiza el fragmento del 20 de agosto, como prueba del antirracismo de
Martí y al igual que hice yo, lo interpreta a través del evolucionismo
sociocultural, lo relaciona con la crónica del terremoto de Charleston, y
destaca la cuestión del tiempo, el concepto de negación de la simultaneidad y
la “unilinialidad” en sus escritos. Sin embargo, en ningún momento Cabrera
menciona mi nombre o mi ensayo, y por toda cita menciona a Jean Lamore, que
nunca analizó este fragmento en su libro (Cabrera 58). Cabrera se limita a
decir: “Entre otros asuntos queremos probar si es cierto, como escribió un
académico en los Estados Unidos, que el
poeta marcó a los negros, para siempre, como elementos sospechosos dentro de la
comunidad blanca” (Cabrera 68 énfasis nuestro).
Me temo que
esta forma de “dialogar” (por llamarlo de alguna forma) con mis ensayos a lo
largo de todo el libro, deja entrever por un lado, la falta profesionalidad de
Cabrera y el desprecio que siente por los críticos que piensan distinto a él.
Porque como dice Raúl Fornet-Betancourt en el prólogo de la obra, Cabrera se
propuso una tarea impostergable con su libro, “una tarea necesaria y urgente
para el futuro de la configuración justa y hermana de todos los componentes de
la comunidad cubana” (14). ¿Cuál es esa gran tarea?
Según el
crítico martiano, quienes escriben sobre Martí en la academia estadounidense,
están provocando una escisión entre Martí y los negros en Cuba, y ese discurso,
afirma “aparta a la raza, en lo que tiene que ver con las necesarias y actuales
reivindicaciones en Cuba, del símbolo histórico, político y cultural más
importante en el imaginario de este país. He
ahí el peligro más grave que se ha instaurado” (399 énfasis nuestro). No es
de extrañar entonces que todo su libro se organice como un combate contra el
“peligro” que significan los sediciosos y que esto se muestre en la forma tan
poco respetuosa de citarnos. Esa “tarea necesaria y urgente” como dice Raúl
Fornet-Betancourt, le permite a Cabrera ningunear mis argumentos, levantar
ideas de mis ensayos, y tomar el rol de un brigadista de turno que viene a
rectificar lo que dijimos.
Por supuesto,
esta es la crítica de todos los que temen a la opinión ajena, de los que no
creen realmente en el derecho de los otros a expresarse libremente, y de los
que acusan a la academia de Estados Unidos y a los disidentes en Cuba de
interferir en el resto del mundo o la Patria con sus ideas “occidentales,”
“hegemónicas” e “imperialistas.” En otras palabras es el discurso de quienes
empiezan por demonizar a sus adversarios, invocando un mal terrible que están
causando y le piden al público que se les una por el bien común y el de la
Patria.
Todos los
cubanos deberíamos saber a estas alturas que ni la censura, ni el ninguneo, ni
la ocultación, ni el fanatismo han sido jamás formas de encontrar la verdad y
entendernos. Que este tipo de discurso, que solamente sirve para legitimar
nuestros argumentos y hacer callar a los disidentes, solamente ha servido para
crear rencor, miedo y violencia.
Mi consejo: si
a Cabrera le disgusta que yo u otro académico en EEUU escriba sobre Martí cosas
con las que él discrepa, porque son un “peligro grave” para la raza, pues que
discrepe de nuestra opinión, pero que respete al menos las reglas de la
academia que supuestamente utiliza para escribir sus ensayos. No puede levantar
textos de nuestros artículos sin mencionar ni siquiera nuestro nombre, ni
ningunear nuestros argumentos con el propósito de restarles valor. Mucho menos,
creerse que está untado por la gracia de Martí para defenderlo. En cualquier
discusión lo único que vale son las ideas, la honestidad y el respeto, y si no
partimos de ellas, no tiene ningún sentido escribir.
(“El peligro
más grave”. Cubaencuentro, septiembre 2015)
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