A lo largo del año
diversas instituciones de todo el país emiten sus candidaturas. (Reunida en la
antigua cochera de Dulce María Loynaz, la Academia Cubana de la Lengua propuso
a Humberto Arenal.) Reconocidas figuras literarias extienden también sus
recomendaciones. (El Indio Naborí, seudónimo o fantasma, nominó a Virgilio
López Lemus.)
Acopiada tal cosecha de nombres,
corresponde a los organizadores del Premio
cerciorarse de que cada uno de los nominados haya puesto su firma en los
últimos manifiestos oficiales y permanezca como residente en el territorio
nacional. (Este último requisito permitió desbancar, ¡bendito tecnicismo!, al
candidato Daniel Chavarría, uruguayo no nacionalizado en Cuba.)
Comprobadas políticamente
las nominaciones, éstas pasan a ser consideradas por los miembros del jurado.
Ya en este punto difieren los caminos recorridos en cada convocatoria, aunque
el método puede sintetizarse en un grupo de interrogantes útiles a la hora de
deliberar. Esas preguntas son:
1) ¿Mantiene la obra del candidato en cuestión (en caso de contar con
obra) una relación tangencial con la literatura?
2) ¿Describe esa
obra (de haberla) una asíntota destinada a confundirse con lo literario sólo en
el infinito, que es decir nunca?
3) ¿Sostiene la tal
obra un paralelismo riguroso que le evite encuentro, tropezón, intersección o
coincidencia con lo literario?
Tangente, asíntota
o paralela: cualquier respuesta
afirmativa a las interrogantes anteriores garantiza al jurado que se está ante
un posible Premio Nacional de Literatura.
Visto ya lo imprescindible de cumplir con ciertos requisitos políticos, para
ser nominado al Premio Nacional cabe
también la obligación geológica de ser viejo. No importa que se cuente con
bibliografía más escueta e irrelevante que la de los jóvenes escritores. Al fin
y al cabo, lo que se premia en el Nacional
de Literatura es el óxido acumulado, la imprecisión de trazo al maquillarse
los párpados, el olvido de sacudirse las migajas al comer, las dificultades en
el envión al levantarse, el número de coronas dentarias a las que se ha
sobrevivido, la peste a guardado... Y, por supuesto, la cercanía del
desfiladero, el pie en la tumba, cortadas y en remojo las frescas azucenas del
velorio.
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