Monday, June 13, 2016

Fermín Gabor sobre las instrucciones para otorgar el Premio Nacional de Literatura

A lo largo del año diversas instituciones de todo el país emiten sus candidaturas. (Reunida en la antigua cochera de Dulce María Loynaz, la Academia Cubana de la Lengua propuso a Humberto Arenal.) Reconocidas figuras literarias extienden también sus recomendaciones. (El Indio Naborí, seudónimo o fantasma, nominó a Virgilio López Lemus.)
   Acopiada tal cosecha de nombres, corresponde a los organizadores del Premio cerciorarse de que cada uno de los nominados haya puesto su firma en los últimos manifiestos oficiales y permanezca como residente en el territorio nacional. (Este último requisito permitió desbancar, ¡bendito tecnicismo!, al candidato Daniel Chavarría, uruguayo no nacionalizado en Cuba.)
   Comprobadas políticamente las nominaciones, éstas pasan a ser consideradas por los miembros del jurado. Ya en este punto difieren los caminos recorridos en cada convocatoria, aunque el método puede sintetizarse en un grupo de interrogantes útiles a la hora de deliberar. Esas preguntas son:

   1) ¿Mantiene la obra del candidato en cuestión (en caso de contar con obra) una relación tangencial con la literatura?
   2) ¿Describe esa obra (de haberla) una asíntota destinada a confundirse con lo literario sólo en el infinito, que es decir nunca?
   3) ¿Sostiene la tal obra un paralelismo riguroso que le evite encuentro, tropezón, intersección o coincidencia con lo literario?

   Tangente, asíntota o paralela: cualquier respuesta afirmativa a las interrogantes anteriores garantiza al jurado que se está ante un posible Premio Nacional de Literatura.

   Visto ya lo imprescindible de cumplir con ciertos requisitos políticos, para ser nominado al Premio Nacional cabe también la obligación geológica de ser viejo. No importa que se cuente con bibliografía más escueta e irrelevante que la de los jóvenes escritores. Al fin y al cabo, lo que se premia en el Nacional de Literatura es el óxido acumulado, la imprecisión de trazo al maquillarse los párpados, el olvido de sacudirse las migajas al comer, las dificultades en el envión al levantarse, el número de coronas dentarias a las que se ha sobrevivido, la peste a guardado... Y, por supuesto, la cercanía del desfiladero, el pie en la tumba, cortadas y en remojo las frescas azucenas del velorio.

(La lengua suelta # 29. La Habana Elegante, segunda época)

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