He leído con interés y
consternación el artículo Descenso a los infiernos, de Ernesto
Baquero. Con interés, porque la poesía cubana siempre ha sido mi pasión como
crítico y como lector. Con consternación, por sus peligrosas inferencias y
generalizaciones que transfieren las innegables estrategias de manipulación y
representación de la política cultural cubana a la imagen y calidad de un
género literario. Y, por si fuera poco, porque pone como ejemplos de
"pésimos poemarios" y como reflejo de aquella estrategia oficial al
menos a tres excelentes poemarios de tres notables poetas insulares: Figuras
de tormenta, de Mario Martínez Sobrino, El maquinista de Auschwitz,
de Víctor Fowler, y Esta tarde llegando la noche, de Luis Lorente
—también cita Cántaro inverso, de Pedro Péglez, que no conozco.
Al ser tres libros
premiados, el autor infiere que lo fueron "en detrimento de otros
cuadernos donde sus autores hacen gala de un verdadero discurso poético o
esgrimen el estilete de la crítica social para diseccionar una realidad que los
excluye". Inferencia esta de Ernesto Baquero muy grave de ser cierta —aunque
no dudo que pueda suceder—, pero muy vulnerable porque esos tres libros de
poesía, que corresponden a tres generaciones y a tres poéticas diferentes, son
precisamente ejemplos de libertad creadora; el de Víctor Fowler, incluso, para
nada ajeno a una muy profunda crítica social.
Ninguno de estos tres
poemarios contiene alabanza a política alguna. Tampoco se les puede exigir que
contengan denuncias políticas. Sólo se plantean ser fieles a sus proyectos
poéticos y cosmovisivos, en los cuales algún lector sagaz podrá constatar
cuánto infierno portan.
No creo que sea necesario
recordar que ninguna poesía es mejor o peor por esgrimir o no "el estilete
de la crítica social para diseccionar una realidad". Pero, además, por
paradójico que resulte, mucha de la poesía de más calidad publicada en Cuba
desde fines de la década de los ochenta hasta el presente, y sobre todo por las
promociones más jóvenes de poetas, no sólo produjo un cambio cosmovisivo en la
norma poética hasta entonces vigente, el conversacionalismo, sino que ofreció
uno de los testimonios más complejos de una realidad en profunda crisis de
valores, a la vez que expresó diversos registros estilísticos.
Comparto con Ernesto
Baquero sus preocupaciones ideológicas, que hace muy bien en expresar valientemente
desde Cuba; pero no puedo compartir, al menos en este caso, sus inferencias
literarias particulares. Ninguna historia, por terrible que sea, "reduce a
escombros (…) la poesía cubana". Ello no sucedió en la Colonia ni en la
República, ni afortunadamente en la revolución.
Lo más que puede hacer,
como sucedió en la década del setenta, es silenciarla un tiempo. Pero ella se
sigue escribiendo y esos tres libros son, al menos para este crítico, lector y
poeta, ejemplos de "un verdadero discurso poético". Al menos sobre
dos de ellos he escrito sendos comentarios críticos que deben publicarse
próximamente en la revista Encuentro. A ellos, y sobre todo a
aquellos libros, remito al lector interesado.
Pero, además, ¿toda
verdadera poesía no comporta necesariamente un órfico "descenso a los
infiernos"?
Por último, esa mezcla de
acertada crítica social y política con una desafortunada crítica poética no
favorece para nada a aquellos creadores y poetas que dentro de la Isla —e
incluso desde el infierno— intentan expresar con libertad, dignidad y, sobre
todo, calidad poéticas su palabra dada. Recuerdo ahora lo que le confesaba
Kafka a Milena: "Nadie canta con voces más puras que aquellos que lo hacen
desde el más profundo infierno. Lo que tomamos como cantos de ángeles es su
cantar".
(Voces
desde el infierno. Cubaencuentro, enero 2006)
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