Tuesday, May 31, 2016

Fermín Gabor sobre la Feria Internacional del Libro (2)

Febrero es el mes de los mejores cielos en La Habana, y es también el mes de los libros. Millones de ejemplares y centenares de títulos se ponen a volar en el cielo de febrero (abundan los papalotes empinados desde los fosos de la fortaleza), y es preciso entonces aprovechar la ocasión. Pasa con los libros lo mismo que con el pescado del tercer grupo o las almohadillas sanitarias para doncellas: cuando aparecen hay que correr a comprar.
   Porque luego sobrevendrá la sequía hasta el próximo febrero, y ni siquiera con dinero enviado desde Miami podrá hallarse en La Habana título que valga una lectura.
   Salvo febrero de feria, las librerías cubanas viven el año en tiempo muerto. Pero no vaya a creerse que el mes de gracia produce mucha azúcar. Literariamente hablando, en la feria  puede hallarse su clásico (Machado de Assis, reeditado), su extranjero contemporáneo (Juan Madrid o Thiago de Mello, dos infumables), los isleños de obligación, y algún que otro exiliado que vuelve por unos días, para congraciarse con las autoridades en la mayoría de los casos.
   The rest, ojalá que silencio, hace el mayor volumen de las publicaciones y corresponde a títulos que podrían tomarse por transcripciones de las mesas redondas de cada tarde en televisión.
   Noam Chomsky se asombró en una jornada de esta feria de que, acompañándole en su recorrido altas figuras del gobierno cubano, el grupo no se viera obligado a portar guardaespaldas. Según él, un jerarca taíno podía pasearse en confianza, sin miedos ni problemas, entre el público lector que abarrotaba el sitio.
   “Que te crees tú éso, viejito”, pensó la niña de ocho años que compraba un libro de colorear a unos pasos del intelectual estadounidense.
   Mirdalia Valdés Albarrán es, desde hace un par de años, la mejor agente infantil de la policía secreta cubana. Sin saberlo él, Noam Chomsky (Old Man and the Sea para los encargados de esa operación) se encontraba rodeado por muy jóvenes segurosos. Sindo Valcárcel Rabí, pionero de nueve años, hacía como que empinaba una chiringa. Laritza Jardines Román, once años de edad y ya teniente, sorbía una Najita mientras cuidaba a la mayimbería. Y el agente Javier Emeraldo Montes de Oca (Tigre Juan como nombre de guerra) pasaba por padre de Arisdalys Vega Arán, chivatica estudiante de tercer grado.
   Crítico de la política estadounidense y (tal vez) buen conocedor de ella, al tratar de problemas mundiales Noam Chomsky ha dado muestras de lo corto de su entendimiento. Recuérdese si no cómo, a fines de los setenta, él desmintió las primeras noticias dadas por The New York Times acerca de las masacres en Kampuchea. Puras invenciones de ese diario, afirmaba, groseras maquinaciones anticomunistas. Todo para que luego le cayeran arriba (en documental y en fotografías) pirámides de calaveras y restos humanos fabricados por el régimen de Pol Pot.
   Sin guardaespaldas se paseaba la española Belén Gopegui. Con melena a la Sontag (pero sólo, ay, la melena), viajó a La Habana para la presentación de la edición cubana de su novela El lado frío de la almohada, publicada con prólogo (aquí al que no le dan guardaespaldas le imponen prologuista) del actual presidente del Instituto Cubano del Libro, quien ha dado en esas páginas su primera batalla como escritor.
   Otro que pudo estrenarse literariamente fue el cantautor Amaury Pérez Vidal, hijo de la finada Consuelito Vidal y durante buen tiempo director artístico de las tribunas abiertas antimperialistas. (Pérez Vidal ha escrito algunas de las líneas más enigmáticas de la música cubana. Como éstas: “Porque un amigo / es un amigo / hasta tanto no te muestre lo contrario”.)
   Volvió de su puesto de embajadora cubana ante la UNESCO Soledad Cruz. Con poemario, eh. (Para quien no la conozca, Soledad Cruz fue, desde las páginas del diario Juventud Rebelde, la Pedro de la Hoz de los ochenta, igual que éste empecinada en meter jocico lo mismo en un concierto de la Sinfónica, en la telenovela de turno, en el estreno fílmico o en un libro.) (Para quien la tenga ya por conocida, vaya perla de su estancia parisina: deseosa de demostrar su intimidad con Beethoven, en el intermedio de un concierto la embajadora Cruz confesó a embajadores de otros países que la música del sordo tenía en ella la facultad de pararle los pelos... del pubis.)
   A esta edición de la feria, dedicada a Brasil, las editoriales brasileñas trajeron libros espléndidos. En generoso gesto, los donaron a instituciones cubanas. No vendieron ni un ejemplar y ahora esos volúmenes formarán parte del decorado por el que se pasea el director de la Biblioteca Nacional, doctor Eliades Acosta. U otro sesudo director, Roberto Fernández Retamar. (Su último título, Cuba defendida, se mosqueaba de lo lindo en los estantes de La Cabaña.)
   Editores de varias nacionalidades ofertaron muy poca obra de interés. Recorridas todas las celdas de la vetusta fortaleza, a uno le entraban ganas de variarle la palabra a Noam Chomsky para asombrarse de que, con dinero en los bosillos, pudiera dejarse atrás y sin compra alguna feria tan visitada, tan magnífica y tan grande.

   “Pues será el próximo febrero”, me consoló un amigo que salía, como yo, decepcionado.
Pero, ¿es que no sabía él a quiénes dedicarían la del 2006?
   “Como país, a Venezuela”, le informé.
   “¿Y a cuál autor del patio?”, preguntó ya con voz temblorosa.
   “Ángel Augier. Nancy Morejón.”
   Cada uno de esos nombres sonó como un martillazo en el ataúd de la literatura.
   “Oye”, se interesó de pronto, “¿tú compraste el libro de cuentos de Amaury Pérez Vidal?”
Le respondí que no.
  “Yo tampoco.”
    Con muestras de gran desasosiego, me pidió que volviéramos atrás. 
   “¿Otra vez a la feria?”
   “Es que, ¿tú sabes?, pensándolo bien, habría que ver, a lo mejor no son tan malos los cuentos de ese tipo.”

(La lengua suelta # 21. La Habana Elegante, segunda época)

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