Acabo
de leer las ¿críticas? y ¿comentarios? motivados por la reseña que hace Fermín
Gabor de Rex, la última novela de José Manuel Prieto. Salvo excepciones, el
comentario de Gabor ha sido rechazado o desechado por “envidioso,” o como
“resabio de maestro de primaria.” El irreverente Gabor – ¿quién lo diría? – en
camino de hacerse de un curriculum que lo instale en un asiento de la Real
Academia Española, o simplemente de la Academia (alguien lo acusa de emprender
“cruzada gramatical”). Otro comentario achaca las críticas de Gabor a su
intolerancia a un estilo “enredado” en el que caben escritores tan barrocos
como Lezama y Carpentier. Debe notarse, sin embargo, que igualmente hay
comentarios que mencionan objeciones similares a las que hace Gabor. Por otra
parte, a veces alguna de las respuestas produce – y esto es cómico, a mi parecer
– la misma incongruencia que Gabor recoge en ciertos pasajes de la novela. He
aquí un ejemplo:
“Es
una simple comparación metafórica de lo que pasa “dentro” del ojo, en el
cerebro, y “fuera”, en la realidad. La redacción entrecortada y tra[¿b?]ajosa evoca
una situación estresante, de peligro, con un efecto a mi juicio logrado:
sucesiones de frases breves, y luego un periodo largo que se enrosca. Retórica
de un movimiento casi insignificante, visible doblez, una frase que sale del
ojo y vuelve a él.
El
método es el mismo que se encuentra el muchísimas partes del Ulysses, por
ejemplo, a quien Gabor debería leer alguna vez.”
Lo
curioso es que, como apunta Sosa, aún la “reseña elogiosa” de la novela que
hace Rafael Lemus en Letras Libres, no consigue prescindir de señalarle “tantos
defectos.” Es un tipo de crítica que me atrevería a llamar de “lavatorio de
manos”: “Entiendo que existen tantos argumentos para refutarla como para
celebrarla. Reconozco que el libro no es sencillo y que es, a veces, incluso desesperante.
Anticipo los comentarios adversos de aquellos que, en sus casas, coleccionan
académicos bodegones y paisajes marinos: es una novela fatua, excesiva,
insólitamente densa.” Esto da paso, a la disyuntiva: “Obligarnos a contestar:
más allá de las imperfecciones del tomo, ¿sostenemos o no su poética?
Responder: ¿Rex sí o Rex no? Sí. Decididamente.” El Sí de Lemus no puede ser en
este caso menos absurdo desde un punto de vista decididamente crítico: “¿Por
qué apoyar una literatura que, en principio, nos opone resistencia? ¿Por qué
defender una narrativa trabajosa e imperfecta que se empeña, entre otras cosas,
en no narrar apenas nada? Porque lo otro, la facilidad, es ya infértil.”
El
asunto, como se sabe, no es nuevo. De Casal, a Piñera y Lezama, la mayor parte
de los escritores cubanos más importantes intuyeron unos, y descubrieron otros,
que escribir supone siempre una resistencia. ¿El problema de Rex, entonces, es
que “nos opone resistencia,” o es su “densidad insólita,” o su narrativa
“excesiva”? ¿O se trata, por el contrario, de su “fatuidad” y sus
“imperfecciones”? ¿Y cuál es el nivel de esas “imperfecciones”? ¿Cuán
imperfecta es esa novela que da pie lo mismo para “refutarla” o como para
“celebrarla”? ¿Se trata acaso – si consideramos, por ejemplo, las numerosas
citas que reproduce Gabor – de la misma “resistencia” o “densidad” que
encontramos en Carpentier o en Lezama?
Quiero
llamar la atención que también a Jean François Fogel, que “defiende” la novela,
se le hace bien difícil hacerlo. Veamos:
““Hablé
una vez con José Manuel Prieto. […]Prieto me habló de literatura, de su deseo
de ser escritor.”
“Unos
años después, lo reconocí en las fotografías de los suplementos de libros.
Había publicado Livadia y Enciclopedia de una vida en Rusia. Las reseñas en las
revistas francesas y americanas destacaban un nuevo autor de una elegancia, o
más bien de una sofisticación fuera de lo común. Al recordar al joven que
hablaba con tanta intensidad de literatura compré sus libros y mi decepción fue
total. No podía conectar mi lectura con el desconocido que había encontrado. La
verdad es que no podía ni leer sus libros. Su escritura era de una lentitud
insoportable. El vocabulario buscaba amortizar la compra de un diccionario.”
¿Qué
comentario le merece entonces, específicamente, Rex?:
“Ahora,
Prieto publica Rex (Anagrama). Tiene que ser una novela distinta, pues por
primera vez conseguí leer un libro suyo hasta el final.
La
forma (doce comentarios), el tono (una especie de susurro íntimo), el propósito
(describir cómo un Ruso que vive cerca de Málaga llega a imaginarse en una
reencarnación del Zar) hace pensar a muchos autores. Hay algo de Nabokov
escribiendo comentarios sobre literatura en A pale fire, hay algo de
Dostoievski cuando Akaky Akakievich se cree el rey de España en el Diario de un
loco, hay algo de Proust claro en la voluntad de encontrar la verdadera
percepción de una emoción.
Más
que un novelista, Prieto me parece un explorador. Busca llevar el idioma
español a rincones fuera de lo común. Recordando lo que me decía el joven en el
café “Le Select”, tengo la sensación de que no traicionó a su sueño de
juventud. Se ha convertido en un escritor, de estos que intentan abarcar a
todas las palabras para conquistar al mundo.”
Es
lo que podríamos llamar «la vuelta a la crítica en montaña rusa». Obsérverse
que no se dice que esta novela es, sino que “tiene que ser” distinta – hay un
doloroso esfuerzo de autoconvencimiento aquí que refleja la “resistencia” de la
novela – porque, ¿y es éste el argumento? – el lector consiguió llegar hasta el
final. Los méritos de la novela se resumen entonces en una serie de “algos” que
recuerdan a Nabokov, Proust. Por cierto, en lo que se refiere a Proust se
menciona, ambiguamente, “la voluntad de encontrar la verdadera percepción de una
emoción.” El reseñista no nos dice, sin embargo, lo principal: ¿la encontró?,
¿cómo?, ¿qué ejemplo puede darnos de ello?
Lo
que diferencia a los comentarios de Rafael Lemus y de Fogel del que hace Gabor
es crucial y obvio: mientras éste basa el suyo en el comentario específico del
texto, Lemus y Fogel lo ignoran prácticamente.
A
Gabor, como a cualquier crítico – y ya sabemos que Gabor es más que crítico –
podrán hacérsele siempre objeciones. Pero esas objeciones deben partir, en el
caso específico de la literatura, del texto. Es cierto, hay ironía en el
comentario de Gabor que puede percibirse
como hiriente – no es casual que su comentario empiece por recordarnos la
vertiginosa canonización crítica de la obra de Prieto – pero no debe olvidarse
que esa ironía está hecha desde la literatura, desde la crítica del texto. Para
mí esto es lo importante. No veo en el comentario de Gabor un ataque a Prieto,
sino una lectura crítica – cuidadosamente enfocada – del texto, y por añadidura
– y quizá esto sea lo más importante – una crítica a cierta crítica apresurada,
«crítica to go», «fast crítica», a la que Gabor opone una «crítica de gourmet».
Es la crítica que, pienso, merece un libro y merece un autor. Es el mejor
servicio crítico que puede esperar tanto el uno como el otro. Puede ser molesta
– lo admito – pero el desafío está en, no obstante, agradecerlo.
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