Desde hacía muchos años, Karilda Olivar Lúbrico, seguida por sus gatas
y por la Vieja Condesa de Valero, se dedicaba a recorrer todos los parques de
la provincia de Matanzas, sacudiendo sus matas de coco en espera de que cayera
un negro para que se la templara a ella y a toda su comitiva, incluyendo, desde
luego, a las gatas. Cuando algún negro, aterrado ante aquella visión, se
aferraba a las pencas que se bamboleaban, las dulces gatas de Karilda se
trepaban a la mata de coco y entre arañazos, maullidos y dentelladas hacían
descender a aquel pobre hombre, que era prácticamente devorado por sus
perseguidoras.
Desde luego que esta huida de todos los negros matanceros hacia las
matas de coco se produjo como consecuencia de las insinuaciones y exigencias
cada día más apremiantes de las que eran víctima por parte de Karilda y de la
Vieja Duquesa. Pero ni en los más altos penachos de aquellas plantas podían
encontrar un lugar seguro; por mucho que se escondiesen, la Vieja Duquesa de
Valero los detectaba con sus gemelos y a los negros no les quedaba más remedio
que caer despatarrados del árbol y ensartar a aquellos seres que no les perdían
pie ni salto.
Claro que este escándalo se hizo notorio. Por todo Matanzas no se
veían más que matas de coco (sacudidas por Karilda y la Vieja Duquesa)
despidiendo cocos y negros, que al momento tenían que volverse lúbricos. La
noticia llegó finalmente al joven esposo de Karilda, hombre que, por estar
completamente loco, amaba con locura a la poetisa senil y uterina y practicaba
además la esgrima y el canto operático, portando siempre un inmenso sable del
siglo XVII a un costado de su extraña indumentaria. El gran esgrimista y
cantante corrió con su sable hacia el Parque Central de Matanzas. Allí vio a su
esposa y a la Vieja Duquesa sacudiendo una mata de coco es espera de que cayera
un negro celestial. El ofendido esposo, lanzando un alarido de guerra más
típico de un samurai que de un barítono, se abalanzó sable en alto hacia el
cocal. Todos los negros volvieron a refugiarse en las matas de coco. Pero a
Karilda y a la Vieja Duquesa de Valero no les quedó más remedio que darse a la
estampida acompañadas por las fieles gatas. Así, perseguidas por aquel hombre
enfurecido y sanguinario, Karilda, la Vieja Duquesa y las gatas atravesaron
todo Matanzas, cruzaron el litoral habanero y pasaron ante la comitiva de los
despechados. Antes de llegar a la gran puerta fifal, Karilda comenzó a dar unos
gritos tan descomunales que atravesando los inmensos salones del palacio
llegaron a los oídos de Fifo. Karilda era además una de las invitadas
oficiales.
(El color del verano.
Tusquets, 1999)
No comments:
Post a Comment