Es cierto. Es un hecho factual.
Las fronteras se han borrado. El ambiente cultural miamense, parece a ratos una
réplica del de la Habana. El oficialismo castrista ha permeado a los creadores
y a las instituciones del sur de la Florida. No necesito mostrar pruebas. Están
a la vista, en cada esquina, en cada concurso o festival, en cada proyecto
literario, en cada peña. Ya el dilema no se remite, como en el pasado, a
publicar u otorgar espacios a escritores que alguna vez fueron oficialistas y
que hoy crean desde la libertad, desde un asumido y digno anticastrismo. Si
ello fue polémica por sus rígidos estándares en el pasado, hoy es asunto
asumido y hasta olvidado. Las urgencias son otras.
Resulta familiar, incluso, vislumbrar a
editores y promotores culturales que se vanagloriaban de una ética de trabajo
basada en una especie de “moral ideológica”, por otorgarle un término preciso,
echando alfombra roja a escritores vinculados a la UNEAC, estableciendo nexos
con el oficialismo orgánico de La Habana. ¡Que teatro bufonesco el que nos
hemos montado! ¡Cuánto fariseísmo e hipocresía en aquellos que abanderaban la
cruzada anticastrista de la literatura en Miami y que hoy se venden al mejor
postor por aquello de que “el futuro nos trasciende”!
Y no hablo de un hecho tan banal como que
Leonardo Padura se presente en la Feria del Libro de la ciudad. No. Ese no es
el problema que yo atisbo. Mi asombro parte desde otros lares más oscuros e
inquietantes; de aquellos que aún siguen fingiendo una postura ideológica
“estricta” y sin embargo se abrazan a dirigentes culturales del castrismo, o de
esos otros que (aunque en sus discursos digan absolutamente lo contrario)
tienden puentes a literatos plegados al castrismo, que no pertenecen a la
intelectualidad independiente. Es la asunción del castrismo cultural a
hurtadillas, en las sombras, como si de un contrabando sustancioso se tratase.
Me he tropezado hace muy poco con alguien
que no soporta a Padura, no por un asunto netamente literario (como podría ser
mi caso) sino por diferencias “ideológicas” según proclama él mismo, y sin
embargo, está encantado por la visita de una poetisa joven que jamás ha
renunciado a ser miembro del establishment castrista o por esos concursos
integradores tan de moda, debido a aquello del “acercamiento entre las dos
orillas”. Hay una cultura de la hipocresía, generada por intereses monetarios y
por ansias de figuración y de poder, que se impone aún entre los “duros” y que
ha causado que las murallas de la ciudad sitiada se hayan venido abajo. La
verdadera independencia creativa no proviene de discursos altisonantes o de
fotografías con los políticos de moda. La verdadera independencia creativa
proviene del no sostener ataduras de ningún tipo con intereses que pretendan
dirigir o modelar el trabajo intelectual de los hacedores de palabras,
parafraseando a Nozick. Pero el castrismo, por ejemplo, no solo es poderoso en
términos de influencias, sino que tiene la capacidad de generar reconocimiento
institucional, cosa preciada para algunos creadores y promotores culturales.
Así como el anticastrismo militante se puede convertir en medio de vida y
sobrevivencia. Ambos espectros, en el mundillo literario al menos, carecen de
independencia y por ende se alejan de la honestidad más pura, que es el amor
verdadero por el arte y la literatura y el pensamiento. Y en eso andamos…
(Nota publicada en la red,
noviembre 2015)
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