A Reinaldo Arenas lo conocí en
La Habana gracias al poeta Roberto Valero, un ser candoroso como pocos,
entusiasta de la gente; pero, al mismo tiempo, con una cierta dosis de
fascinación por cualquiera que fuera poseedor de alguna fama, mala o buena, y
Arenas tenía ambas. A Reinaldo lo traté mucho en mis últimos años en Cuba e
incluso él fue de los que me acompañó hasta el aeropuerto y quien le avisó a
algunos de sus amigos de mi llegada a Madrid. Después lo vi en Miami y en Nueva
York. En el trato personal era simpático y querendón, y poseía una desbordada
imaginación que se refleja, como chispazos, en su escritura. No obstante,
hubiera preferido no haberlo conocido. Creo, como dijera Ángel Rama, que era
mala persona y peor escritor. En el exilio lo han magnificado aquellos que
menos lo han leído. Para mí -y esto tiene todas las limitaciones de la opinión-
El mundo alucinante es su única novela que merece ese nombre; todo lo que viene
después es hojarasca. Si se hubiera ahogado en el Estrecho de la Florida, la
literatura cubana no habría perdido nada.
(Vicente Echerri: 30 años después del Mariel. Artefactus, mayo 2010)
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