Monday, October 5, 2015

Ramón Alejandro vs. Severo Sarduy

Pero como la antorcha de la actualidad se transmite de gran ciudad en gran ciudad, siempre habrá alguna de ellas que estará en el candelero por cierto lapso de tiempo más o menos largo. Severo Sarduy (1937-1993) llegó al París que comenzaba su decadencia como capital intelectual de Occidente. Nueva York ya la estaba superando como metrópoli cultural. La élite francesa se rendía, poco a poco y a regañadientes, a esta triste evidencia.
Un grupito de intelectuales parisinos agarrándose de ciertas teorías de Levy Strauss trataron de producir un último bouquet de esplendor con el llamado estructuralismo, pero parece que la pólvora estaba mojada y nadie les siguió la corriente por mucho tiempo.
   Uno de ellos, totalmente desprovisto de talento, captó al joven poeta cubano recién llegado, dándole un empleo en una importante casa de edición en la que él era influyente. Lo adoptó en su apartamento, y en su castillo de Saint Léonard a las afueras de París y le proporcionó el alimento cultural adecuado para convertirlo en otro más de esos que trataban de hacer estallar aquellos fuegos artificiales en el triste final de la fiesta francesa.
   El cubanito se lo creyó todo. Por estar convencido desde siempre que lo que triunfa en París vale para todo el mundo. En vez de desarrollar sus innatos dones naturales de poeta  —que eran inmensos— se aplicó a ilustrar las teorías estructuralistas produciendo novelas, sin trama ni personajes, que según el consabido eufemismo son muy ‘interesantes” aunque “dificilísimas de leer”.
   El resultado fue que se ganó muchos premios y obtuvo críticas muy elogiosas de sus compinches de la revista Tel Quel, órgano del estructuralismo entonces en boga, pero a los infelices lectores aquellos ejemplos de “literatura vanguardista” se les caían de las manos al segundo párrafo. Los espectadores huían en masa durante el primer acto de sus piezas de teatro —fui testigo personal del estreno de La Playa— y los radioescuchas sintonizaban otra estación al comenzar sus ininteligibles y aburridísimos programas en France Culture.
Recientemente asistí en la librería Books and Books, en Coral Gables a la presentación del libro Cartas a mi hermana en La Habana, editado por Severo Sarduy Cultural Foundation. Se trata de un testimonio de Mercedes Sarduy a partir de las cerca de mil cartas que mi amigo Severo escribió a su familia tras la partida de Cuba en 1959.
   Pero de las cartas hay muy poco  en el libro, según la autora por pudor de familia.
   Si bien en las fotografías de fotomatón de la portada aparecen Severo en primer plano y ella discretamente detrás, en el contenido del  volumen es ella la que ocupa la escena y su hermano queda relegado al segundo plano. En efecto: las  cartas están tan expurgadas de todo lo que a la señora se le ocurrió que era demasiado “candente”, que resultan ser una sarta de anodinas banalidades, nada asociadas a la conocida zalamera facundia e ingeniosidad de su hermano mayor. Ni mención de François Wahl, quien fue su mecenas y mentor, realizado personalmente en la obra que al no poder escribir él mismo, engendró en su protegido y enamorado compañero de toda una vida.
   En el lanzamiento del libro, el académico Eric Camayd-Freixas, del Departamento de Lenguas Modernas de la Universidad Internacional de Florida (FIU), optó por presentar la obra del poeta, que por cierto no aparece más que muy en segundo o tercer plano en este libro, declarándolo superior a sus maestros Lezama Lima y Roland Barthes en el campo de la crítica literaria. El especialista coronó su disertación con un toque de ingenuidad, al afirmar que Severo Sarduy será leído en el futuro como hoy leemos a Cervantes y a Borges. ¿Será sincero? No creo que el mismo Severo pretendiera tanto.
   Mercedes Sarduy, licenciada en Sicología, ha logrado confeccionar una sentimental melcocha casera, eso sí: típicamente camagüeyana, en la cual parece querer demostrar que, sin salir de Camagüey, Severo ya sabía todo lo que aprendió en París. Sujetos de tercer orden descuellan como si fueran intelectuales de primera importancia por haber recibido, como obedientes funcionarios que fueron, los honores de la cultura oficialista en su momento de gloria. Poetas de exigua obra son considerados injustamente ignorados gigantes de la literatura mundial. En fin, toda la gama de disparates que el grotesco egocentrismo con que una despistada hermana menor logra velar el real talento de este “interesantísimo, aunque tan difícil de leer” autor de vanguardia, están presentes en estas insípidas páginas.
   La obra de Severo Sarduy se estudia en varias universidades americanas como siendo uno de los más brillantes representantes de la sofisticación más exquisita del momento en el cual la literatura se convirtió en puro experimento formal, sin relación alguna con un eventual lector y sin tener ni la más mínima intención de contenido afectivo o humano.
   Como podrán ver; nada que ver con el camagüeyanito modoso y convencional en el cual Mercedes nos trata de hacer creer. Que parece que al morir todo artista o escritor sirve de monigote a quienquiera manipularlo a su conveniencia. La mojigatería política más insignificante sirve de papel de celofán para envolver esta empalagosa melcocha familiar. Pero aún así, al coger el libro entre las manos los dedos se nos quedan pegajosos.

(Poco Severo. Café Fuerte, noviembre 2013)

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