Thursday, October 8, 2015

Ernesto Hernández Busto vs. la literatura cubana

José Martí: vehemente
Julián del Casal: frívolo
Regino Boti: rebuscado
Carlos Loveira: localista
Nicolás Guillén: folclórico
José Lezama Lima: ininteligible
Jorge Mañach: didáctico
Cintio Vitier: beato
Eugenio Florit: trivial
Alejo Carpentier: engolado
Virgilio Piñera: deliberado
Eliseo Diego: afectado
Cabrera Infante: digresivo
Reinaldo Arenas: virulento
Fina García Marruz: timorata
Gastón Baquero: grandilocuente
Heberto Padilla: prosaico
Severo Sarduy: grotesco
Guillermo Rosales: descentrado
Lorenzo García Vega: incoherente

Y tres rápidas reflexiones, a manera de postdata:

-Es labor (bastante olvidada) de la crítica literaria dar con la palabra precisa que mejor resume las virtudes —pero también los defectos— de un escritor. Los rasgos enlistados no son defectos personales sino taras de estilo, aunque es posible que en ocasiones muestren también las de la personalidad.

-Un canon puede construirse también a partir de los defectos más sobresalientes de los escritores de determinada tradición. Eso que Harold Bloom acuñó como la “angustia de las influencias” es un proceso identificable también en la genealogía de esas imperfecciones. Escoger un lugar en la tradición es también escoger nuestros defectos preferidos.

-A menudo la línea que separa los grandes defectos de las grandes virtudes de un escritor es borrosa, imprecisa. Casi siempre acaban confundiéndose, y la cualidad definitiva termina siendo cuestión de intensidad, de matices.

(Veinte defectos de la literatura cubana. Blog Penúltimos Días, noviembre 2013)

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