Como en sus dos anteriores libros de tema cubano, Rafael Rojas insiste en presenter como libro más o menos orgánico una colección de ensayos autónomos; este volume sobre lo que el autor llama “exilio vanguardista” cierra con “un recorrido por las imágenes del mar en la literatura cubana de los dos últimos siglos” (p. 179). Posiblemente sea este, junto a los ensayos dedicados a Calvert Casey y a Julieta Campos, el major del libro, pero el balance final es, en mi opinión, decepcionante. En La vanguardia peregrina lo que daría coherencia al conjunto no es ya, como en El estante vacío y La máquina del olvido, un tema común a los ensayos recopilados, sino una hipótesis que, por demasiado forzada, cunado no francamente errónea, se derrumba como un castillo de naipes a lo largo del libro.
(…)
Julieta Campos, García Vega y Nivaria Tejera no son peregrinos. Peregrino es el libro que tan a la ligera ha pergeñado Rafael Rojas. Aunque la mayoría de las paradas del trayecto, en su afán de exhaustividad, se nos hacen demasiado lentas, a la vez dan la impresioón de haber sido escritas muy rápidamente, como en una carrera de vallas donde se fueran superando los obstáculos (Kozer, Sarduy, Campos, García Vega…), pero donde los autores, su centro, apenas se los roza. En algunos ensayos, como el dedicado a Sarduy, esto es particularmente obvio: las lecturas de Barthes y Deleuze aparecen de la manera más ostensible, en la superficie misma del texto, como si no les hubiera dado tiempo a madurar. Lo que se ofrece al lector es fast food, falta solera. Sobra previsibilida y rastreo de “referencias”, falta intensidad y algo de sorpresa.
Recuerdo ahora el primer libro de Rafael Rojas que leí; fue Isla sin fin; me lo prestó Carlos Aguilera, y ya en la parada del camello, en la esquina de Tejas, empecé a leerlo; milagrosamente, me puede sentar, y seguí leyendo, llegué a la casa y seguí leyendo; era la voracidad con que se leían en Cuba los libros “de afuera”, los que te prestaban por unos cuantos días, los que hacía tiempo andabas detrás de ellos. Como tenía que devolverlo, copié en mi 486 muchos párrafos de ese libro. Encontré allí una cierta agudeza, una visión, una intensidad, que se echa en falta en el último Rojas. Hasta la prosa, que entonces me pareció excelente, ahora me resulta plana y desvaída, viciada por el name dropping —a veces erróneo (¡Thomas Mann vanguardista!, p. 40), casi siempre innecesario— y por cierto abuso nominalista de términos como “inscripción”, “inserción”, “recepción”, “reubicación”, “instalación”, “asimiliación”, “neutralización”, “localización lateral”…
Lejos de haberse ido librando con los años de todo ese peso muerto, los ensayos de Rojas, a juzgar por sus más recientes libros de tema cubano, se vuelven cada vez más profesorales, que no magistrales. A estos, sigo prefiriendo Isla sin fin y El arte de la espera, libros más logrados, superiores en todos los sentidos. Rafael Rojas ha sido, puede ser, tiene que ser mejor que La vanguardia peregrina.
(Un libro peregrino. Academia.edu, abril 2014)
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