Tuesday, July 7, 2015

Néstor Díaz de Villegas vs. Virgilio Piñera

Rafael Rojas fue el primero en notar que el famoso dicho virgiliano, "Tengo miedo", no pasa de ser una leyenda: "Por más de cuatro décadas los escritores y artistas cubanos han sido gobernados desde una doctrina inefable y precaria, contenida en el famoso discurso de Fidel Castro…", escribe Rojas en su artículo "Confesión de timidez". Y dos párrafos más abajo: "Durante cuatro décadas se ha difundido la versión de que Virgilio Piñera tuvo el valor de confesar que tenía miedo".
   Cuatro décadas de "doctrina inefable y precaria", por un lado, y de "versión" y "leyenda" por el otro: tal ha sido la situación de los escritores y artistas cubanos. Se introduce una versión del miedo que no ocurre en el original, y se descuida una clave que sí entra en el discurso virgiliano: Miami.
(…)
   El miedo de Virgilio se plasmó en un estilo: "…yo por eso lo digo, sencillamente, y no creo que nadie me pueda acusar de contrarrevolucionario y de cosa por el estilo, porque estoy aquí, y no estoy en Miami ni cosa por el estilo". Virgilio es el creador de un cohete del arsenal ideológico castrista: ese "porque-estoy-aquí", que se esgrime por vez primera en la Biblioteca, llegó a establecerse como principio de selección y apartheid. El hecho de que se manifestara en una forma inédita —que Lisandro Otero define como "peculiar estilo coloquial"— ha impedido valorar la importancia de su aportación al castrismo indéxico.
   Efectivamente, en 1961 existe un espacio —el Exilio— al que Virgilio teme aún más que a la Revolución (allí había caído su hermano Humberto, el filósofo, en 1960). La Revolución establece una ley de exclusión e introduce, en el "estilo coloquial", una palabra mala: Miami. La insistencia en la falsa alarma escamoteó la verdadera revolución semántica.
(…)
   Los asistentes a las sesiones de la Biblioteca se confiaron demasiado de la memoria y repitieron la anécdota del miedo, que parecía auténtica y que se prestaba, como todo lo virgiliano, a propalarse fácilmente. Solo tras la intervención de los investigadores, con los documentos en la mano, apareció el retrato completo.
   El "tímido hombrecito de pelo pajizo, de tímidos modales, sospechoso ya por su aspecto de marica militante" (Guillermo Cabrera Infante), una "figura físicamente débil, empuñando la honda de David" (Matías Montes Huidobro), "flaco, desgarbado, con su vocecita irónica" (Carlos Franqui), musita unas palabras confusas, que, sin embargo, logran rivalizar con el aplastante dictum castrista. El breve intercambio con Fidel en la Biblioteca es el primer acto de una comedia de errores que sirve al autor para introducir a un nuevo personaje.
   Ese personaje ambiguo "coquetea" con el poder, como ha señalado exactamente Rafael Rojas, que descubre, tal vez sin proponérselo, una relación erótica entre el dictador y el poeta: "el diálogo coqueto de Piñera con Castro… revela un universo de negociaciones", escribe Rojas. Piñera toma la palabra y seduce al demagogo. Su malestar, su temor, es homoerótico, se vuelve regateo y termina resolviéndose en masoquismo ("coqueto" viene de coq, el miembro viril). Piñera aprovecha el resquicio que ofrece el espacioso teatro de la Biblioteca Nacional para producir su drama. Fidel Castro, dirigido por Virgilio, es llevado de la nariz hacia el terreno del arte.

(P.M: post mortem. Diario de Cuba, mayo 2014)

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