Monday, June 22, 2015

Zoé Valdés vs. escritores del exilio

Imaginen a esos escritores reconociendo que, una vez publicados, no les quitaron ni una coma de un cuento, ni les mutilaron un verso de un poema editado en complicidad con la dictadura. Mientras a otros escritores exiliados no los publican, los eliminan de todas las listas, les hacen mítines de repudio dentro y fuera de Cuba, les ponen “la mala” o “la podrida” en editoriales en el exterior, además, de que los esbirros diseminados por el mundo les truncan invitaciones a congresos y conferencias, con la complicidad de sus amigotes de la izquierda internacional, y de la ultraderecha, que ya sabemos que también los Castro se dan la lengua con la ultraderecha de la ultraderecha. Todo eso mientras apalean a las mujeres en las calles de Cuba, las desnudan, las torturan, mientras mantienen encarcelados a dos opositores, sin juicio, desde más de un año, una pareja de negros, Sonia Garro Alfonso y Ramón Alejandro Muñoz, mientras los niños sobreviven malnutridos, mientras se extiende y exportan el cólera, mientras el racismo se agudece, mientras asesinan, y encarcelan a escritores (por cierto, ¿en qué quedó por fin el caso de Ángel Santiesteban?). Ah, no, pero ¿saben qué? Hay escritores más preocupados porque la dictadura les publique un “peoma”, antes que todos estos detallitos sin importancia mencionados antes. Incluso los hay que publican fuera ya, y se la pasan con la lengua despepitá, arrastrados, suplicándole a los criminales que acabaron con las vidas de Boitel, Pollán y Payá, y tantísimos otros, para que editen sus libros.
   Imaginen a los escritores latinoamericanos fugados de las dictaduras que oprimieron en el pasado a sus pueblos traicionando vilmente a sus colegas, ‘asesinando’ metafóricamente por una segunda vez a escritores como Guillermo Rosales, que desesperados se suicidaron en un asilo de locos y abandonados, no sólo por lo que le hicieron los castristas, no, sino también por la cantidad de vejaciones que padeció en el exilio por parte de esos mismos “colegas” que lo ignoraron en su momento en la academia, que no lo llamaron nunca a las universidades norteamericanas, que lo marginaron también aquí por antisocial y políticamente incorrecto; y que hoy se aprovechan de una presentación de un libro escrito sobre él, ni siquiera de un libro suyo, para minimizar su importancia de exiliado, y para precisamente resaltar su según el punto de vista de ellos “baja y despreciable” calidad de antisocial (porque todavía andamos con la moralina de que un escritor no debiera ser antisocial, ni desnudarse en público, ni usar su cuerpo como materia artística, ni escribir palabras “soeces”; a estas alturas y todavía con esos pruritos, si por ellos fuera la literatura se reduciría a “los pollitos dicen pío, pío, pío, cuando tienen hambre, cuando tienen frío” y poco más).
   Sí, ayer se olvidaron de Guillermo Rosales. Sí, ninguno de esos escritores cubanos (salvo Daniel D. Fernández) que hoy habla en una presentación sobre un libro infame sobre su persona probablemente lo visitó en el asilo donde se suicidó, pero hoy usan su nombre para pasar el mensaje del raulismo light. Sí, así ha sido y es; pues no se pregunten más, ni justifiquen más los que quieran hacerlo, claro con tonterías tales como que esa gente padece el trauma de un exilio demasiado largo y perverso, los pobres. No, esa gente no son más que colaboradores del horror, y si se hubieran quedado en Cuba, si sus padres no los hubieran salvado, estarían todavía delatando con la presidenta del CDR, o fueran, sencillamente, Chucha la del Comité, vigilando, anotando, y redactando los informes para la DSE (Departamento de la Seguridad del Estado o Policía Política).
   No es trauma, es la maldad del ser “cubano”, que no humano. No es trauma, se llama colaboración. Ah, y eso sí que es soez y repugnante, y hasta más.

(¿Trauma o colaboración? Blog Zoé Valdés, septiembre 2013)

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