Empecemos por decir que conozco muy bien a Ernesto Hernández Busto, lo conozco mejor de lo que él me conoce a mí, a pesar de que tuvimos relaciones desde que eramos jóvenes, yo estaba en aquel momento en una posición ventajosa de fragilidad emocional, lo que hace de todo escritor verdadero un observador potencial. Ernesto Hernández Busto no tuvo en cuenta quién era yo, no le interesaba. Ni le intereso desde el punto de vista intelectual.
Ernesto Hernández Busto, sin embargo, dice que él es modesto en su comprensión. Lo menos que es Ernesto Hernández Busto es modesto, y de comprender, pues bien, en más de una ocasión ha tenido que reconocer que le han pasado gato por liebre, y no precisamente personas que parecían leales a su trabajo, no digo ya respetuosas, lo que yo sí he sido, pese a su insoportable prepotencia y sus manías de grandeza.
Yo he sido muy respetuosa, siempre, desde que lo conocí, de su trabajo. No ha sido así a la inversa. Lo que agradezco. Yo jamás cuadré en los ámbitos superintelectualoides de La Habana de los 80 ni de en la de los 90. Yo siempre actué sola, desde el punto de vista intelectual, y jamás me interesó participar en ningún grupo. Nunca necesité de Reina María Rodríguez, como algunos, para brillar, ni de ninguna cabeza líder de aquellos autodenominados ya de por sí líderes intelectuales, bastante provincianos, por cierto. Nunca me obnubiló el brillo, ni la literatura de salón, mucho menos de azotea. Yo iba a mi aire, y no cambiaba un domingo en La Tropical por un recital de poesía del último poeta a la moda de aquel círculo de engreídos
(Blog Zoé Valdés, enero 2011)
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