Lezamiano de los más tempraneros después de muerto y enterrado Lezama (entre la ambulancia enviada por Alfredo Guevara y los micrófonos de la policía política), Abel Prieto consigue por fin el milagro de un libro tan arduo de leer como Paradiso, aunque por motivos antípodas: el opus magnum de Lezama es un laberinto intraducible que funda a su propio lector (al resto los funde); mientras que Viajes de Miguel Luna es el paroxismo de la legibilidad en cubano alto y claro (argot cuasi-militar), una hipertransparencia anecdótica que termina siendo atiborrante (la maldita circunstancia de la bodriografía de Miguel Luna o "Mick o Mike o Miki o Mickey Moon o simplemente Mikimún" por todas partes).
En un esfuerzo stajanovista de "difusión popular", escrita como trabajo voluntario detrás de su buró político en el Ministerio de Cultura o el Comité Central del Partido Comunista, esta es la saga simpática que esperaba leer desde 1989 el Hombre Nuevo (perestroika de papel); es el Bildungsroman que nuestra clase media reclamaba a gritos para paliar el vacío de esta Era Imaginaria de transición hacia un capitalismito de Estado; es el best-seller que los intelectuales podríamos regalar sin complejos un domingo de mayo a nuestras mamás (sin esperar la muerte de ninguna Rosa Lima, tan cariñosa como represora); y es, también, más que una epopeya viajera, la última "novela de becas" del siglo XX cubano, ese género que nació senil pero que tantos funcionarios ha dado en tiempos de paz.
(Viajes de Abel Prieto. Diario de Cuba, diciembre de 2012)
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